El inicio de las ciudades

El inicio de las ciudades

Por qué es significativo trabajar con y por las ciudades en la óptica de la fraternidad universal.

Podemos imaginar a ese grupito de chicas jóvenes e inexpertas con un anotador, víveres y ropa para los pobres, ayudando a los “últimos entre los últimos” en los suburbios de Trento, en el norte de Italia, durante la Segunda Guerra Mundial: son las primeras jóvenes mujeres que darían vida, con Chiara Lubich, al Movimiento de los Focolares: en un momento trágico de la historia de la humanidad, intuyen que el Evangelio tiene que ser un “hecho”, no una teoría. Por eso es necesario “otro” para amar: el prójimo más cercano, que tal vez, en ese momento, también es el que más necesita. Esas jóvenes, mirando la ciudad, su ciudad, tratan de curar las heridas que provocan pobreza moral, material, espiritual.

Otro cuadro, otra ciudad, otra historia: Florencia, durante el aluvión de noviembre de 1966: la ciudad está sumergida por el barro y el agua y de toda Italia llegan jóvenes, los llamados “ángeles del barro”, para resguardar los tesoros artísticos y para dar una mano a las personas en dificultad. Esos ángeles salvarán la ciudad, confirmando lo que algunos años antes el intendente Giorgio La Pira, hoy venerable para la Iglesia, había dicho: “La ciudad con sus medidas, su tiempo, sus casas, sus calles, sus plazas, sus talleres, sus escuelas, entra, de algún modo, en la definición del hombre. Saquen al hombre de este suelo que alimenta y perfecciona: ¿qué tendrán? La crisis de la historia actual está, en gran medida, contenida en esta pregunta realmente dramática”.

Tercer cuadro, América latina, año 2000: en Buenos Aires es arzobispo el cardenal Jorge Mario Bergoglio, un obispo “callejero”, uno que vive intensamente la relación con la ciudad y su gente. Es quien ha guiado el trabajo de redacción del documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, mayo de 2007). Algunos párrafos de ese documento tratan justamente de la pastoral urbana, de un Dios que vive en su ciudad. El documento de Aparecida, en efecto, afirma cómo los cristianos de hoy están llamados a seguir las huellas de la primera Iglesia que “se formó en las grandes ciudades del tiempo y se sirvió de ellas para expandirse”.

La encarnación es, al final de cuentas, también una inculturación, es una invitación a vivir a fondo lo humano, con esa particular contribución que los cristianos deben llevar en la ciudad, sobre todo en sus rincones más oscuros y abandonados.

Ciertamente, las recomendaciones de Aparecida son un desafío, como era el trabajo de las jóvenes de Trento, como era el trabajo artesanal, profético y altamente político del intendente de Florencia.

La atención de Chiara Lubich hacia la ciudad, lo vemos, no es por lo tanto un hecho aislado, sino que se injerta en un contexto de acción y pensamiento global que con el paso del tiempo ha visto desarrollarse una sensibilidad siempre mayor hacia los temas de la relación, del hábitat, de la comunidad, de la red. Como sabemos, el trabajo de esas chicas durante la guerra, y después las intuiciones de Chiara en los años siguientes, se convirtieron en una suerte de carta magna del compromiso social de los cristianos en la ciudad. El Evangelio requiere amar al prójimo, y este amor tiene que encontrar no solamente a “otro”, sino también un lugar donde hacerse concreto: y la ciudad expresa justamente todo eso, donde se puede concentrar pensamiento y acción. En la ciudad la historia pasada ha coagulado desafíos ineludibles, pero también empezó a entrever respuestas posibles. Elegir la ciudad quiere decir ponerse exactamente en el punto de crisis y de resurrección de nuestra sociedad y, por lo tanto, en un punto privilegiado para hacer de modo que, frente a los distintos problemas, el Evangelio se manifieste como una respuesta inteligente, concreta y de aguda sensibilidad.

Lo testimonian las experiencias que en el mundo viven los que hicieron de la fraternidad universal la modalidad de vida, que se refleja en la propia casa, en el trabajo, en la diversión y en el compromiso social.

Algunas de esas historias se entregan al lector de la revista: relatos de los cuales emerge la atención por el lugar donde hoy el 70 % de la humanidad habita. Son historias que hablan de la necesidad de construir redes en y entre las ciudades, recuperando lo positivo que ya existe y que no niega nada a los enormes desafíos, los dramas y los miedos que se viven en pequeñas localidades o en las grandes metrópolis.

Justamente por eso, desde hace algunos años está en funcionamiento en el ámbito del Movimiento de los Focolares el Proyecto OnCity (en la ciudad), que comenzó en un congreso en 2016, en Roma, y que se está desarrollando en los territorios de todo el mundo: un proyecto que requiere simplemente poner la atención en nuestras ciudades, interceptando las necesidades de las personas, sus conquistas y las grandes posibilidades que ofrece nuestro tiempo. Un patrimonio que, puesto en red, puede convertirse en un recurso para todos.

La mirada está dirigida a las periferias geográficas y existenciales, a la gente que sufre buscando una respuesta: por eso desde OnCity nació el proyecto City Beep, un pasapalabra mensual que desde el 1 de agosto de 2018 genera en el mundo una red de ciudadanos, y luego de ciudades y pueblos. Está en preparación también el próximo Congreso “Co-Gobernancia” que entre el 17 y el 20 de enero de 2019 reunirá en Castelgandolfo, Italia, a ciudadanos, empresas, asociaciones para reflexionar sobre la función pública de las ciudades. Son las últimas iniciativas, un aliento a no disminuir el compromiso y la acción, con la seguridad de las palabras que, también hoy, siendo papa, Bergoglio sigue enseñando: “Empiecen desde las periferias, con la seguridad de que no son los confines, sino el inicio de la ciudad”.

Nota: Artículo publicado en la edición Nº 600 de la revista Ciudad Nueva.

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