La Economía de Comunión está todavía en sus albores, porque en esta era de insostenibilidad del capitalismo, desde un punto de vista ambiental pero también desde un punto de vista social y espiritual, la comunión en la economía siempre se convierte en un ideal. Anticipo del número de junio de la revista Città Nuova.
El 29 de mayo, la Economía de Comunión (EdC) cumplió 30 años. Un marco de tiempo significativo para un proyecto social, un tiempo muy corto para una profecía. Acababa de graduarme en Economía y no sabía que ese nacimiento cambiaría mi vida. Chiara Lubich me llamó para trabajar con otros economistas y empresarios para dar “dignidad científica” a su EdC. No sé si lo hicimos, pero la vida de la EdC ciertamente dio dignidad y significado a mi trabajo como estudioso y al de muchos otros.
La EdC nació como un proyecto social de redistribución de la riqueza: los empresarios donaron una parte importante de sus ganancias a personas en dificultad y para difundir esa nueva cultura de compartir que se denominó la “cultura del dar”. Esta expresión fue propuesta por la socióloga Vera Araujo, y el nombre del proyecto, Economía de comunión, fue sugerido a Chiara por Tommaso Sorgi. Estas contribuciones dicen que la EdC nació sinfónica: con una compositora, Chiara Lubich, que necesitó la contribución creativa de muchas personas para escribir su partitura, comenzando por los focolarinos brasileños.
La EdC vivirá mientras siga siendo sinfónica y creativa. El donar las ganancias por parte de los empresarios fue al principio tan importante que la primera imagen de la EdC fue “un tercio, un tercio, un tercio”. De inmediato, sin embargo, se vio que detrás de esos tres tercios de las ganancias había mucho más. Chiara había intuido que la empresa era la institución clave del capitalismo, un capitalismo que necesitaba ser reformado. Estamos poco después del derrumbe de los muros del socialismo real, en el mundo todo hablaba de confianza en el futuro progresivo del capitalismo y Chiara lanza una iniciativa que pone en tela de juicio su primer dogma: la apropiación privada de las ganancias.
Se entendía que la EdC no era tanto una operación solidaria de distribución de la riqueza. Pero en las profecías los signos se revelan sólo con el tiempo. Los jóvenes sobre todo (yo estaba entre esos) veían otra economía, fraterna, inclusiva, justa. Y así creció. A lo largo de los años, los empresarios y los pobres han mantenido su propio protagonismo, pero juntos la dimensión cultural y teórica de la EdC ha crecido. Muchos jóvenes la han convertido en tema de tesis de grado y de doctorado, en muchas universidades se ha comenzado a estudiar esta economía que sin negar el papel de la empresa y de los empresarios los llama a convertirse en “desarrolladores comunitarios”, como dicen los miembros del Banco Kabajan en Filipinas.
¿Qué celebramos el 29 de mayo? Como en todas las fiestas de las comunidades, agradecemos a Chiara y a los pioneros, muchos ya fallecidos. Después, como en la Biblia, recordamos los “milagros” para mirar adelante, a la tierra prometida. La EdC todavía está en sus albores, porque en esta época de insostenibilidad del capitalismo, desde un punto de vista ambiental pero también desde un punto de vista social y espiritual, la comunión en economía siempre se convierte en un ideal. Agradecer, recordar, seguir creyendo en la profecía de Chiara.