Editorial de la edición Nº 599 de la revista Ciudad Nueva.
La desigualdad la vemos a cada paso. La pobreza está a la vuelta de la esquina. La marginalidad nos interpela. No importa en qué zona del país o de la región estemos, esa realidad la percibimos con solo abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos. Hombres y mujeres. La injusticia social no repara en edades, generaciones o sexo. Cuando se hace presente duele. Duele siempre. Más aún cuando se repasa la historia y a pesar del paso de las décadas la pobreza, la desigualdad y la marginalidad están allí, tantas veces inmóviles, más allá de algunos aislados repuntes y recaídas profundas.
¿Qué hacer ante un escenario que no cambia? Más que nunca es imperiosa la necesidad de políticas públicas que dejen de lado intereses partidarios o de diferentes sectores para poner en el centro a quien más lo necesita. No nos referimos a aliviar el presente con una ayuda puntual, solamente, sino acompañar en el largo plazo el proceso de inclusión que todo ser humano precisa, recuperando su dignidad como persona. De nada sirven los golpes de timón reiterados cada vez que cambia un gobierno con el solo fin de tirar por la borda incluso aquello bueno que una gestión anterior haya logrado. Es una historia repetida y los resultados siguen a la vista.
El bien común debe ser el faro que guíe no solo la política sino también la economía. “Necesitamos imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana” (Laudato Si’, 189).
En el reciente documento publicado por el Vaticano Oeconomicae et pecuniariae quaestiones (“Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero”) no solo hay un fuerte llamado de atención a quienes manejan las economías y finanzas en el mundo, sino también una invitación al compromiso de todos con una desigualdad que abruma y a hacer uso de “un ejercicio crítico y responsable del consumo y del ahorro. Hacer la compra, acción cotidiana con la que nos dotamos de lo necesario para vivir, implica también una selección entre los diversos productos que ofrece el mercado. Es una opción que a menudo realizamos de manera inconsciente, comprando bienes cuya producción se realiza, por ejemplo, a través de cadenas productivas donde es normal la violación de los más elementales derechos humanos o gracias a empresas cuya ética, de hecho, no conoce otros intereses sino los de la ganancia de sus accionistas a cualquier costo”.
El documento, además, refiere que “ante todo se emprenda una reconquista de lo humano, para reabrir los horizontes a la sobreabundancia de valores, que es la única que permite al hombre encontrarse a sí mismo y construir sociedades que sean acogedoras e inclusivas, donde haya espacio para los más débiles y donde la riqueza se utilice en beneficio de todos. En resumen, lugares donde al hombre le resulte bello vivir y fácil esperar”.
No hay opción. No podemos mirar para otro lado. La realidad nos interpela, nos duele. Y nos reclama, nos exige actuar.
*Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de julio.