La propagación del coronavirus sacó a la luz virtudes y defectos de la organización de los sistemas sanitarios, las relaciones políticas, el rol de los grupos de poder y de diferentes actores de la sociedad. Un aprendizaje que debe capitalizarse mirando hacia el futuro.
Salvo en ámbitos muy especializados, la pandemia del COVID-19 apareció de repente y puso en jaque los sistemas de salud de los países, incluidos los considerados del primer mundo.
Las respuestas estuvieron en sintonía, en la mayoría de los casos, con los distintos marcos ideológicos con que los gobiernos de turno fundamentan sus políticas. Es decir, los criterios aplicados para administrar los fondos públicos y el consecuente acceso de la población a la salud, la educación, la vivienda y todos aquellos bienes que en general definen la calidad de vida de la ciudadanía.
Dicho de otra manera, el rol del Estado en la vida de estas sociedades determinó el tipo de respuesta, sea en los tiempos en que se aplicaron, así como en la eficacia concreta para hacer frente al problema. La concepción del “Estado mínimo” demostró su incapacidad a tal efecto.
Como en toda situación de emergencia grupal o social, las personas sacan a relucir lo mejor y lo peor. Sus conductas muestran el heroísmo silencioso de quien estando en la primera línea de exposición al peligro, afronta esa situación límite dando lo mejor de sí mismo, sin reparar en riesgos, aun tomando los mayores recaudos disponibles. Obviamente en este señalamiento ocupa el primer lugar, sin ser los únicos, el personal de salud, cualquiera sea su jerarquía o función.
Pero también están los que se aferran al “sálvese quien pueda”, acaparando sin sentido lo que otros también necesitan o aprovechando la situación para obtener ganancias abusivas escudándose, algunos, en las leyes del mercado: “oferta y demanda”. O peor aún, repudiando a quienes, según ellos, por la tarea que desarrollan los “ponen en peligro”. Más de uno puede terminar salvando su vida por la acción de los mismos a quienes rechazó.
Estas y otras conductas antinómicas también son aplicables a las organizaciones de la sociedad civil y a grupos de poder. Algunas no reparan en método alguno para proteger sus intereses. El mundo de las finanzas, lamentablemente, es pródigo en ejemplos así como algunas poderosas corporaciones del mundo empresarial. Afortunadamente las sociedades también cuentan en su seno con organizaciones que rápidamente toman decisiones para poner su capacidad, cualquiera sea el tipo de actividad que cumplan, para aportar solidariamente a las necesidades de los ciudadanos. No faltan quienes, obsesionados por no perder protagonismo político, no reparan en métodos para desgastar al gobierno, sobreactuar sus errores reales o presuntos, y preocupados por el consenso obtenido por las decisiones del presidente multiplican, en la alianza con los medios opositores, los comentarios hipercríticos y hasta “falsas noticias” con ese objetivo. No podían faltar quienes, aun siendo “aliados” del gobierno, quieren dirimir sus “internas” por el control de la ayuda social sin reparar en el daño que eso significa para quienes necesitan ya, imperiosamente, esa ayuda.
De las muchas consideraciones que por estos días inundan las redes sociales, algunas comparan el gasto militar desmesurado –difícil de calcular– y su capacidad real de enfrentar esta pandemia. No hay misil ni bomba de todas las inventadas que pueda afectar la capacidad destructiva del virus. No hay ejército ni capacidad de fuego que logre erradicar la posibilidad de contagio y muerte que conlleva esta enfermedad. No hay ejercicio ni juego de guerra contra adversarios posibles que haya previsto, suficientemente, el combate contra este enemigo invisible pero que se infiltra con un simple estornudo y que además tiene la capacidad de ser distribuido por personas que carecen de todo síntoma que delate su presencia. Ninguna agencia de inteligencia de las muchas y sofisticadas que existen pueden hacer nada al respecto. ¿Se aprenderá esta lección?
La ironía que conlleva este fenómeno es mayor aun cuando el “arma” principal, hasta ahora, es una actitud devaluada en muchos ámbitos del poder económico y financiero: la solidaridad. En todos los idiomas, la principal apelación es a “cuidarnos entre todos”, a que “esta pelea la ganamos juntos”, a “quedate en casa para cuidarte y cuidar a los demás”. “Nadie se salva solo”, se afirma, aun en sociedades donde el culto del individualismo impregna las conductas de gran parte de los ciudadanos.
Otra pregunta que vale la pena es por qué esta calamidad merece un tratamiento casi excluyente en todos los medios de comunicación y genera debates y medidas de excepción en la mayoría de los gobiernos. El interrogante de “¿por qué ahora y así?” se sustenta en la preexistencia, desde hace mucho, de enfermedades y tragedias con una letalidad muy superior a esta pandemia. Por tomar un ejemplo, en la República Argentina mueren 19 personas por día en accidentes de tránsito, 6627 personas en 2019. Y esto sin nombrar los que tienen la misma suerte por otras enfermedades como la gripe “común”, chagas, tuberculosis, inanición, dengue, malaria y ahora sarampión y otras en distintos países. ¿Será porque ya están “naturalizadas”? ¿Porque ya son conocidas y se convive con ellas desde hace tiempo? ¿Porque son más “controlables” (sobre todo respecto a quiénes les puede afectar) si acaso se tomara la decisión de hacerlo? ¿Será porque su efecto en la economía ya está considerado y ésta no se ve mayormente afectada? “Pobres de toda pobreza hubo siempre, enfermos de todo tipo de enfermedad hubo siempre”.
En lo político, pese a que en los sectores hoy calificados de oposición han surgido “oportunistas” que pretenden usar la coyuntura para mantener la “grieta” y sacar algún rédito para futuras elecciones, de todas maneras se debe reconocer que la imagen del Gobierno rodeado de varios e importantes líderes de la oposición, ya sea de nivel ejecutivo como legislativo, en algunos mensajes televisivos, en la metodología para construir consensos en importantes decisiones, es un aire fresco que la ciudadanía en general valora y agradece. Y permite imaginar la posibilidad de que superada esta situación se pueda construir una relación política que lejos de ignorar las diferencias y la legítima puja por el poder permita, sin embargo, que el diálogo sea la principal herramienta para avanzar en los gravísimos problemas que deberán enfrentarse.
¿Es mucho pedir?
Artículo publicado en la edición Nº 619 de la revista Ciudad Nueva.