Con el rugby como bandera, la Fundación Espartanos trabaja en las cárceles promoviendo los valores de un deporte que ayuda a cambiar el presente y futuro de los presos.
“Yo ya venía cambiando, ya estaba dispuesto a hacer las cosas bien, y el rugby y el equipo me ayudaron muchísimo porque ahí aprendí el valor de la amistad, el compañerismo. Encontré gente que me escuchaba y por primera vez en años pude desahogarme. Volví a confiar en la gente”. En una estación de servicio de zona Norte, Hugo Figueroa le contó hace unos meses al diario La Nación lo que significaba Espartanos en su vida. Hugo trabaja en una estación de servicio hoy; antes, estuvo preso, condenado a siete años y medio por robo. Lo mandaron a una celda de aislamiento, sufrió depresión, bajó 12 kilos. Hasta que conoció a Espartanos.
Su historia es una, pero son muchos los jóvenes y adultos que, como él, encontraron una nueva oportunidad en el encierro. Y esa nueva oportunidad se las dio el deporte. El rugby.
El proyecto de la Fundación Espartanos es pionero y ejemplar. Su impulsor es el abogado penalista Eduardo “Coco” Oderigo. Hace diez años, en una visita a una cárcel, notó una combinación compleja: que los internos tenían muchas necesidades y que a la vez les sobraba el tiempo libre sin aprovechar. Ex jugador de rugby, Coco tuvo una idea. Y volvió a la cárcel: a él que tanto bien le había hecho este deporte, quería transmitir sus valores a los demás. Quería enseñarles rugby a los internos.
Así, en marzo de 2009, Coco armó el primer equipo con diez jugadores y dos voluntarios en la Unidad Penal Nº48 de San Martín. El equipo se autodenominó “Espartanos”, nombre que tomaron del ejército emblemático de la Antigua Grecia. Ellos también eran guerreros. Guerreros que tenían que pelear contra grandes enemigos, internos y externos. Y allí fueron, con una pelota ovalada como única arma.
“Al principio en el Servicio Penitenciario nadie estaba de acuerdo y había muchas excusas para que no siguiera avanzando. Pero con el tiempo cambió completamente la relación y hoy son un pilar muy importante”, recuerda José Giorgi, coordinador deportivo de la institución, sobre el momento en que fueron a plantear su proyecto y cómo hoy las cosas son completamente distintas. También fue complejo el arranque con los internos en el penal: “Los primeros entrenamientos fueron los más complicados, hasta que le empezaron a agarrar la mano y a divertirse mucho más. Ellos se encargaban de invitar a sus amigos o conocidos porque realmente les había gustado la experiencia”.
De a poco, Espartanos fue creciendo. El programa ya está presente en 64 unidades en 18 provincias del país e incluso se “exportó” a España, Kenia, El Salvador y Perú. Participan unos 3.000 jugadores y jugadoras (porque Espartanos también involucra a mujeres) y más de 600 voluntarios.
Y esa primera cárcel, donde jugaron los partidos iniciales, se convirtió en la unidad modelo en la que hace dos años inauguraron la cancha de sintético. Allí, por ejemplo, los internos jugaron, entre otros, con los Jaguares, las Leonas y con los All Blacks, el equipo de rugby más reconocido del mundo. “Ellos conocieron la historia de los Espartanos y quisieron venir a conocer el proyecto cuando estuvieron en Argentina para jugar frente a Los Pumas. Nos mostraron con mucha humildad ejercicios deportivos con los que entrenan a diario, trajeron regalos para los jugadores e hicieron el famoso Haka como señal de respeto. El encuentro fue muy emotivo para todos”, dice Giorgi.
La fundación no solo respalda su trabajo con emociones, sino con estadísticas. Y la más fuerte es la que contabiliza que la reincidencia en el delito entre los que participaron del programa es de sólo el 5 %, contra un 65 % de la población carcelaria en general. ¿Cómo lo logran? ¿Solo jugar al rugby puede operar semejante transformación?
Giorgi habla primero de los valores que están asociados con el deporte, que deja muchas enseñanzas de vida y que se pueden aplicar perfectamente a un contexto de encierro. “Ser parte de Espartanos significa pertenecer a un equipo, respetar al prójimo, comprometerse a cambiar, estudiar y mejorar para el futuro. La convivencia dentro de los penales cambia completamente porque los mismos valores y enseñanzas del rugby reducen la violencia y las drogas a cero. Ya no hay peleas ni charlas sobre delito, se habla de rugby, familia y amigos”, sostiene.
Eso que sucede dentro de los muros transforma a los detenidos una vez terminada su condena: “Espartanos logra que las personas privadas de su libertad cambien su manera de pensar, puedan pedir perdón, valoren sus afectos, se capaciten laboralmente y consigan un empleo cuando salen”.
La inserción laboral es el gran problema de hombres y mujeres que pasaron por la cárcel. El estigma, que en muchos casos les hace imposible conseguir un trabajo digno. En eso trabaja también Espartanos. “Nuestra tarea comienza tras los muros buscando potenciar la empleabilidad de nuestros jugadores. Se promueve el dictado de cursos y la mejora de habilidades laborales. Hacemos uso de todas nuestras redes en la búsqueda y generación de oportunidades de empleo para que puedan salir adelante con sus vidas, una vez que recuperan su libertad. Desde la fundación trabajamos con más profundidad durante los últimos seis meses de la condena con un tutor acompañante”, explican. Al día de hoy, y con el apoyo de más de 74 empresas, Espartanos logró generar más de 280 puestos de trabajo formal para ex presos. Y quiere seguir creciendo: sumando más jugadores, más voluntarios y más oportunidades para que las personas sigan cambiando su vida cuando logran recuperar la libertad.
Más datos: www.fundacionespartanos.org
Artículo publicado en la edición Nº 611 de la revista Ciudad Nueva.