Un lugar para la utopía

Un lugar para la utopía

La Mariápolis Lía cumple 50 años y este viernes desde las 10.30hs se realizará el acto de lanzamiento de los festejos que se realizarán durante todo el año.

Una mirada hacia atrás para redescubrir aquella inspiración profética de la fundadora de los Focolares que dio origen a la primera ciudadela en Loppiano y que, años más tarde, se replicó en O’Higgins.

Tuve la suerte de soñarla posible cuando todavía no existía. Chiara Lubich había venido a saludar a los que iniciábamos, en 1963, nuestra formación en la espiritualidad de los focolares, trayéndonos una sorpresa: los trazos iniciales de lo que sería la primera Mariápolis permanente. Pero tal era en ella la urgencia de esta inspiración que ya nos había hecho presentir la primera semilla de este insólito proyecto a partir de la experiencia que protagonizábamos nosotros en una localidad cercana a Roma. Allí mismo, en apenas un edificio de tres plantas donde 25 jóvenes de distintas partes del mundo desplegábamos nuestra vida comunitaria, más una carpintería que teníamos calle por medio y una modesta imprenta al otro lado, en alguna ocasión nos había confiado imaginar, en embrión, las casas, las calles, el trabajo, la prensa…, y quién sabe todo lo que presentía detrás en lo que ya definía como pequeña ciudad, cittadella, para mostrar una sociedad transformada por el Ideal de la unidad.

En efecto, en el último verano del ‘62, en Suiza, con algunos habían “contemplado –trascribo sus palabras–, desde lo alto de una colina, la maravillosa abadía benedictina de Einsiedeln, verdadera encarnación del ideal del santo fundador, Benito, “ora et lavora” (oración y trabajo). Por la majestuosa iglesia, los campos y los edificios (en los cuales los monjes todavía, después de siglos, rezan, trabajan y estudian), surgió en nosotros la idea y la esperanza de que también nuestra espiritualidad un día expresara algo semejante: una pequeña ciudad, pero que habría debido tener en sí los elementos de una ciudad moderna, con casas, iglesias, escuelas, negocios, puestos de trabajo y empresas. Una convivencia de personas de las más variadas, pero vinculadas entre sí por el mandamiento base de nuestra espiritualidad: ‘Ámense mutuamente como yo los he amado’, de Jesús. Se trataba de vivir en la tierra la ley trinitaria, así como se la vive en el Cielo”.

Esta vez, junto a Pascual Foresi, inspirador del proyecto, y con los planos apenas esbozados sobre un terreno recibido en donación en Loppiano, cerca de Florencia, Italia, disfrutaba señalándonos la ubicación de las construcciones habidas y por haber y su destino para centros comunitarios, casas de familia, escuelas, talleres, industrias, deporte, alojamientos, capilla…, todo lo que implicaba una población completa, con el agregado de que había espacio también para cultivos.

Hoy puedo decir que, en esa ocasión, hace ya 55 años, estaba compartiendo un proceso profético y que, si alguna prueba de ello hiciera falta, ninguna más autorizada que la inminente visita del papa Francisco, quien, el próximo 10 de mayo, irá precisamente a Loppiano, en las colinas toscanas, para conocer personalmente esa particular ciudad. Una ciudad nacida en 1964, con escuelas, empresas, centros de formación, universidad y polos económicos, en la que viven 850 personas, hombres y mujeres, familias, jóvenes y niños, sacerdotes y religiosos, de 65 naciones de los cinco continentes.

Actualmente, a partir de aquel mismo embrión, ya hay en el mundo 25 ciudadelas, con distintas etapas de crecimiento de acuerdo con el tiempo, las posibilidades y las características de cada lugar, porque, como afirmaba también Chiara, “dado que el mundo no se puede renovar enseguida, hay que hacerlo ver renovado en ciudadelas, bocetos de sociedad nueva”. Justamente escribo estas líneas como habitante de la primera que surgió después de Loppiano, en 1968, la Mariápolis Lía, en O’Higgins, provincia de Buenos Aires, que este año celebra justamente su 50º aniversario. También esta vez tuve la oportunidad de asistir a los primeros sueños y, luego, compartir el desafío de animarse a imaginar otra “ciudadela” en medio de la pampa, cuando aquí en estas tierras todavía no éramos, como Movimiento de los focolares, mucho más que un puñado de gente entusiasta. De hecho, aunque las posibilidades que se nos ofrecían eran notables, lo eran también las dificultades. La fe de los primeros, y en particular de Lía Brunet y Victorio Sabbione, que timoneaban este proyecto “con rumbo de utopía”, finalmente terminaron por inclinar la balanza, se instaló el primer grupo y comenzó la vida.

casasEn estos cincuenta años, medio siglo, parece mentira cuánta vida, cuántas vidas han ido tejiendo la trama de una realización que no parece de esta tierra. También aquí, proporciones hechas, ha crecido una población multicultural, han surgido industrias, se han arraigado familias, constituido centros de formación, de espiritualidad, de diálogo a 360 grados, como una casa abierta a todos, de cualquier edad, condición, creencia, que se interese o sueñe con la fraternidad universal.

Cuando en 1998, a treinta años de su fundación, Chiara Lubich pudo finalmente venir a conocer personalmente este fruto de su carisma, nos dejó un balance y una consigna sorprendentes para quienes compartimos, en lo cotidiano, las vicisitudes propias de la vida en una pequeña ciudad: “Yo aquí he visto la perfección”, nos dijo. Nosotros, obviamente, no siempre la veíamos, y enseguida se encargó de aclararnos que también ella notaba imperfecciones, pero que “la perfección radica en el esfuerzo del amor recíproco”, y “¡sigan así, sigan así! –nos alentó– porque eso es lo que trasciende de la Mariápolis Lía”. Así nos dejaba bien en claro que ese es el producto por excelencia que la ciudadela exporta, y debe exportar, a la sociedad en general, si quiere ser el lugar, laboratorio, banco de prueba, maqueta, muestra concreta, de la utopía del mundo unido, vocación de la humanidad. “Sí, porque ideas y verdades se pueden discutir, tener reservas –sostenía también Chiara–, pero sobre una vida de este tipo no, porque si el ideal que se profesa pudo encarnarse en una vida con todas sus expresiones, el dolor, la muerte, el trabajo, la recreación, el sueño…, está demostrando que es verdadero. ‘Creo’, tiene que decir cualquiera que viene a Mariápolis. ‘Creo en lo que antes no creía, porque he visto’”.

Ahora llegamos al cincuentenario de esta ciudadela y, para celebrarlo, aflora espontáneo el deseo del reencuentro con tantos que estamos o han pasado por aquí, y somos miles y miles, hermanados por ese impacto hondo y duradero que produce habernos sumergido alguna vez, de sol a sol, en el esfuerzo de esta convivencia que, con sus luces y sus sombras, nos ha transformado. “Volver a casa”, dicen muchos, de tantos lugares, también lejanos, incluso de las antípodas, para reconocernos en nuestras historias, de distintas generaciones, tal vez con otros rostros, y retemplarnos, disfrutarnos, fundirnos en el abrazo humano y divino que aquí aprendimos a experimentar y volver a partir, “por el esforzado camino de la fraternidad universal, ciudadanos del mundo unido”.

Nota: el artículo fue publicado en la edición Nº 596 de la revista Ciudad Nueva, enteramente dedicada al 50º aniversario de la Mariápolis.

  1. YO ABELARDO ANTONIO CAMPILLAY CARO HICE LA EXPERIENCIA DE VIDA COMUNITARIA EN LA MARIAPOLIS ANDREA EN LA LOCALIDAD DE O’HIGGINS EN BUENOS AIRES EN EL AÑO 1980

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  2. Increible, cuantas vidas transitaron sus calles, cuantas experiencias, cuantas esperanzas, gracias a todos los que en estos 50 años han colaborado para que hoy podamos festejarla…

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