Rehabilitar la política

Rehabilitar la política

El sentido de una auténtica vocación – Una mirada desde la fraternidad.

Mientras que en 2018 eligieron nuevo mandatario tres países de la región (Brasil, México y Colombia), en 2019 será el turno de Argentina, Bolivia, Guatemala, El Salvador, Panamá y Uruguay.

Frente a este panorama de continuidad institucional, la realidad acerca de la percepción de la democracia dista de ser la ideal. En América Latina, 7 de cada 10 personas están disconformes con la democracia: la población registra la peor percepción del sistema en las últimas décadas, y existe un fuerte desencanto con la política y los políticos1.

Ya en Aparecida (2007) los obispos latinoamericanos llamaban la atención sobre la ausencia en el ámbito político de voces, iniciativas y líderes, con “vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas.”

No resulta extraño entonces que el papa Francisco –uno de los redactores de aquel documento– llamara en Brasil a “rehabilitar la política”2, recordando que “es una de las formas más altas de la caridad”.

Ya en 1989, Bergoglio señalaba la necesidad de “recuperar la validez de la política… horizonte de síntesis y de unidad de una comunidad” sin la cual “nuestra identidad y seguridad personal, familiar y sectorial es frágil e impredecible”3.

Desde esta perspectiva rehabilitar la política no solo es deseable, sino imprescindible. Es preciso devolverle su sentido vocacional, ético y oblativo4; en otras palabras, restaurar a la vez su dimensión personal y social, generadora de una relación virtuosa entre bien común, amor y unidad.

Emmanuel Lévinas, filósofo judío existencialista, denuncia aquella forma de política que se reduce al “arte de prever y de ganar por todos los medios la guerra”5, como ejercicio mismo de la razón en oposición a la moral. La tesis central que guía el pensamiento de Lévinas se encuentra en la apuesta por una política de la pluralidad y la hospitalidad, que es profundamente ética y se fundamenta metafísicamente en la idea de Infinito, así como en una antropología de la fragilidad.

En un sentido concordante Chiara Lubich habla del “político de la unidad”, para el cual comprometerse en política es ante todo “un acto de amor, con el cual se responde a una auténtica vocación, a un llamado personal” que busca dar respuesta “a una necesidad social, a un problema de su ciudad, o a los sufrimientos de su pueblo… a las exigencias de su tiempo”.

El papa san Juan XXIII señalaba que “cuando en un hombre surge la conciencia de los propios derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones”6. Benedicto XVI recordaba que “todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir… el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político… la acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana”7.

En consonancia con el magisterio de la Iglesia afirmará Lubich: “La política es el amor de los amores, que reúne en la unidad de un proyecto común la riqueza de las personas y de los grupos, permitiendo a cada uno realizar libremente la propia vocación”8.

San Pablo VI invitaba a “tomar en serio la política en sus diversos niveles, local, regional, nacional y mundial”, porque “busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de la humanidad”.

A este respecto, merece la pena recordar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuận, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel testigo del Evangelio: “Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel; bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad; bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés; bienaventurado el político que permanece fielmente coherente; bienaventurado el político que realiza la unidad; bienaventurado el político que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical; bienaventurado el político que sabe escuchar; bienaventurado el político que no tiene miedo.”

En la carta apostólica que declaró a santo Tomás Moro patrono de políticos y gobernantes, san Juan Pablo II evocó su figura –canciller del rey Enrique VIII, decapitado en 1535 por haber rechazado ir contra su conciencia– como “ejemplo imperecedero de coherencia moral”. El Papa instó a volver al ejemplo de Tomás Moro, que con “su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes” y donde “la política no se debe separar de la moral”.

En el Magníficat, María, Madre de Cristo y Reina de la paz, canta en nombre de todos los hombres una proclama política y de justicia social: la misericordia de Dios “llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.

Los pobres no necesitan de un acto de delegación, sino del compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La respuesta de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia –que es necesaria y providencial en un primer momento–, sino que exige una “atención amante que honra al otro como persona y busca su bien”9.

Estamos llamados a convertir nuestro corazón para que la política vuelva a ser esa respuesta amorosa y comprometida que la sociedad reclama y que, en particular, se nos exige desde el deber de caridad hacia nuestros hermanos, esto es vivir la fraternidad.

Sin dudas es una tarea que exige generosidad, renunciamiento y disponibilidad. Todos estos aspectos del amor político, que realizan la fraternidad entre los hombres, requieren sacrificio, una fuerte convicción y deseos de santidad: “Cuántas veces la actividad política hace probar la soledad, la incomprensión incluso por parte de los más allegados… el político es quien abraza las divisiones, las rupturas, las heridas de su propia gente. Este es el precio de la fraternidad que se le pide al político: precio altísimo, como también es altísimo el premio. La fidelidad puesta a prueba hará de él un modelo, un punto de referencia para sus conciudadanos, el orgullo de su gente”10 ·

*El autor es politólogo, máster en Doctrina Social de la Iglesia y en Administración Pública. Docente en UBA, UCA, UNLP y CLAdeES.

Artículo publicado en la edición Nº 608 de la revista Ciudad Nueva.

  1. http://www.latinobarometro.org/latNewsShow.jsp
  2. Declaración de la Comisión Social del Episcopado francés “Rehabilitar la política” (1999).
  3. Bergoglio, J. M. (1992). Reflexiones en esperanza. Buenos Aires: Universidad del Salvador.
  4. La cáritas es la forma que asume el amor en su dimensión social y oblativa (de donación).
  5. Lévinas, E. (2012). Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: Sígueme.
  6. Carta enc. Pacem in terris (1963), n. 44.
  7. Carta encíclica Caritas in veritate (2009), 7.
  8. Chiara Lubich en Innsbruck (Austria), (9/11/2001): “El espíritu de la fraternidad en la política, como llave de la unidad de Europa y del mundo”.
  9. Exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013), 199.
  10. Fraternidad en la política, Sede del Parlamento de Cataluña. Barcelona (29/11/2002).

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