Que no vuelvan los ideólogos

Que no vuelvan los ideólogos

Estado y mercado: viejos tics, nuevos retos. Una reflexión para superar una falsa dicotomía.

El mercado es uno, pero mercados hay muchos. Cuando hablamos y debatimos seriamente acerca del mercado y del estado – polos de un debate que vuelve a la actualidad, aunque a veces usando lentes de antiguo foco – antes deberíamos especificar de qué mercado y de qué estado estamos hablando. Pues solamente el Mercado con mayúscula, creación irreal y abstracta de las ideologías, es uno solo. Pero si queremos entender qué está ocurriendo en la economía mundial y en la de nuestros países, para intentar mejorarla, debemos salir fuera del mundo encantado de los mercados y los estados irreales.

Estado y Mercado son categorías típicas de las ideologías del siglo XX, que inventaron un Estado y un Mercado que nadie ha conocido nunca de verdad, y después los pusieron en contraposición. Sin embargo, las personas que trabajaban y trabajan en las empresas de verdad, los empresarios con nombre y apellidos, las personas que gestionan instituciones políticas, nunca se han encontrado con el “Estado” ni con el “Mercado”, sino con cosas que son muy distintas porque son reales. Se han encontrado y conocen normas regionales, leyes estatales, funcionarios europeos, sindicatos, aduanas… Con estas realidades han tenido que luchar, dialogar y vivir.

Las personas que ven y viven el mundo concreto y real saben muy bien que algunas instituciones y algunos mercados son buenos, otros son menos buenos y otros son pésimos. Saben que algunos son buenos para unos y otros lo son para otros, y que pocos son buenos para todos. Saben muy bien que hay mercados muy eficientes que gozan de buena salud, pero están empobreciendo el país y la democracia. El Mercado, por ejemplo, no reduce el juego de azar ni el armamento. Los potencia y los aumenta. Si la sociedad civil quisiera reducir estos bienes demeritorios no debería recurrir al Mercado. Una sociedad civil madura no piensa que “privatizar” sea sinónimo de democracia y civilización. En el caso concreto del juego de azar hemos dejado su gestión en manos privadas y los desastrosos resultados están a la vista de todo aquel que quiera verlos.

Estas cosas las saben perfectamente las personas que habitan los mercados cada día. Personas, intelectuales, trabajadores, que tratan de discernir “los espíritus del mercado”, criticando algunos de ellos y alentando otros. Personas a las que los teóricos del Mercado con mayúscula consideran anti-sistema, poco liberales e incluso “populistas”. Como todas las ideologías, también la del Mercado tiene sus sacerdotes, sus guardianes del templo y de los dogmas y sus excomuniones.

Si miramos con atención lo que ocurre de verdad en las modernas democracias de mercado que tanto evocan los amantes del Mercado, encontraremos un elemento común. El mercado funciona cuando va acompañado de instituciones fuertes. Y dentro de ellas, las instituciones públicas estatales desempeñan un papel crucial. No es casual que los editoriales que estos días dicen que vuelve el coco del «estatalismo» en contra del Mercado, estén repletos de citas y comentarios de leyes producidas por el propio Estado.

Los mercados y las democracias que funcionan son fruto de la cooperación y la alianza entre instituciones políticas, sociales, culturales, económicas y universitarias. El conjunto que emerge de estas alianzas es demasiado complejo como para explicarlo simplemente mediante los dos ejes del Estado y el Mercado. Si nos gustan los buenos frutos de civilización y queremos obtenerlos de los mercados civiles, de lo que Carlo Cattaneo llamaba «competencia civil», debemos concebir y hacer realidad instituciones públicas buenas y eficientes que funcionen, sirvan a los mercados y se encarguen de los bienes comunes que el mercado no sabe producir.

No hay otro camino. Aquellos que se obstinan en pensar por una parte el Mercado como lugar ideal de la justicia, el mérito, la eficiencia y la libertad, y por otra parte el Estado como icono de la corrupción, la ineficiencia y el oscurantismo, en realidad están olvidando que los mercados reales están llenos de instituciones económicas que no son menos ineficientes que las instituciones políticas y públicas (no olvidemos cómo y por qué estalló la crisis financiera de 2007). Muchas instituciones públicas son mucho más eficientes que las económicas, porque la frontera entre lo civil y lo incivil pasa tanto por las instituciones como por los mercados reales.

Si hoy queremos imaginar un futuro civil y económico distinto para las zonas más deprimidas de nuestro país, deberíamos pensar en una nueva alianza entre empresas, bancos, “mercados”, instituciones, política y sociedad civil. Fuera de esta cooperación global solo hay ideologías abstractas y dañinas. El siglo XX nos ha mostrado en todos los países que la cultura política y la cultura económica son expresiones de la misma cultura. En América y en Europa no ha habido nunca periodos históricos caracterizados por una política corrupta y unos mercados eficientes, y viceversa.

En cambio, siempre hemos visto lo mismo: las épocas de buena política han ido acompañadas de buena economía y de buenas finanzas. En las etapas de cultura incivil, decadente y corrupta, hemos tenido instituciones políticas corruptas y empresas y bancos ineficientes y corruptos. El ciclo económico no es inverso al ciclo político, sencillamente es la otra cara de la misma medalla.

Las democracias funcionan cuando los mercados ven a las instituciones como aliadas, en un juego que es al mismo tiempo competitivo y cooperativo. Y entran en declive cuando hacen lo contrario. Hoy necesitamos menos ideología y más «competencia civil».

Publicado en Avvenire el 12/12/2017

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