Pablo VI: un corazón que palpitaba intensamente

Pablo VI: un corazón que palpitaba intensamente

Falleció en 1978 este Papa que ayudó el delicado tránsito de la cristiandad hacia el mundo globalizado. Para él, el diálogo es la esencia de la Iglesia.

Hace 40 años fallecía Giovanni Battista Montini, papa Pablo VI. El próximo 14 de octubre será proclamado santo. Su vida habla de un cristiano profundamente comprometido en la recuperación de un humanismo cristiano, abierto e inclusivo. Elegido en 1963, fue el primer Papa que hizo de los viajes apostólicos un modo para encontrarse con la humanidad, a menudo doliente. En 1965 quiso  ir a la ONU para hablar por la paz universal y la solidaridad entre los pueblos. Temas que aparecerían en su encíclica: El progreso de los pueblos. Otro documento, la encíclica Ecclesiam suam, se puede considerar su línea de trabajo: “La iglesia debe dialogar con el mundo en el que vive” porque “nadie es extraño al corazón de la Iglesia; nadie es indiferente para su ministerio; nadie le es enemigo, de no ser que quiera serlo”.

Heredó de su predecesor, Juan XXIII, la continuación del Concilio Ecuménico Vaticano II, que condujo con sabiduría hasta su final. Era consciente de que con ello la Iglesia emprendía un camino hacia un regreso a los orígenes que él anhelaba como indispensable para los cristianos.

Quedan destacados los acercamientos a las Iglesias hermanas de la comunión anglicana y la ortodoxa griega. En Jerusalén se encontró con el patriarca ortodoxo de Constantinopla, Athenagoras y hubo mutuo levantamiento de las excomuniones. Ambos soñaron en ese encuentro el regreso a la unidad entre las dos Iglesias. Athenagoras solía preguntar por su salud, incluso enviaba consejos para que se alimentara más al verlo demasiado delgado.

Pablo VI captó los efectos de la globalización y las contradicciones de un mundo con oportunidades sin precedentes en medio de desesperaciones sin precedentes. En este contexto, comprendía que los cristianos están llamados a ser luz que ilumina el mundo… sal que da sabor a la vida de los hombres”.

Ante el secuestro del político italiano Aldo Moro, sucesivamente asesinado por los terroristas de las Brigadas Rojas, en 1978, se ofreció a cambio del rehén. Una propuesta irrealizable, pero hecha sin otro móvil que el del amor hacia un prójimo en peligro de vida.

Falleció pocos meses después y dejó un legado que sigue enriqueciendo el patrimonio de doctrina de la Iglesia, conservado sin embargo en “vasijas de barro”.

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