Microinfluencers

Microinfluencers

Personas creíbles en la red. Fieles a un proyecto de vida. Y de fe.

Los influencers son personas que, a través de Internet, llegan a millones de usuarios gracias a su actividad en YouTube, Instagram, Twitter, Facebook u otros canales sociales. Con relativamente pocos medios técnicos, logran producir y difundir contenidos que influyen en la vida de centenares de miles de personas.

Además de personajes famosos como el papa Francisco, el futbolista Messi, el cantante Ligabue, entre los influencers hay también chicos y chicas desconocidos fuera de la Red, que se vuelven populares online porque tienen carisma y “facilidad de palabra”. Hablan de moda, series de televisión, actualidad, música… Han creado una subcultura que influye sobre todo en los jóvenes, mientras permanece desconocida para quienes viven fuera de las redes sociales.

Si bien los influencers captan la atención de millones de personas cada día, su capacidad de condicionar a las masas se ha puesto en duda recientemente, después de que una joven y famosa influencer de moda, Ariana Renee, vendiera solamente 36 remeras entre sus 2.6 millones de admiradores en Instagram. Empresas de moda, cosméticos, tecnología y demás, piden de hecho a los influencers que promocionen o usen sus productos, para que los compren quienes los siguen. Pero ahora el sistema ha entrado en crisis: ¿para qué sirve tanta popularidad si, como en el caso de Ariana, no convence al público? Desde entonces, muchas compañías han cambiado de estrategia: ahora apuntan a los microinfluencers, personas que tienen menos seguidores en las redes sociales, pero son más creíbles a los ojos de su pequeño público.

Estos microinfluencers poseen una voz auténtica y natural porque viven lo que predican y son fieles a un producto, a un proyecto de vida. Justamente porque no son seguidos por miles de personas, son accesibles y están abiertos a la interacción (es decir, responden un mensaje si alguien se dirige a ellos online).

Los microinfluencers han existido desde siempre: es el amigo que se compra un auto y lo recomienda a los compañeros de trabajo, o la chica que descubre una banda musical y lo convierte en tendencia entre su grupo de amigos. La diferencia es que ahora, con las redes sociales, se llega a muchas más personas. De esta forma, cualquiera puede convertirse en un microinfluencer: el que comparte una noticia por Whatsapp, quien publica una historia relevante en Facebook, quien muestra en Instagram una imagen cargada de sentido o quien publica en Twitter una reflexión sobre la actualidad y mantiene vivo el debate.

Uno de los roles más importantes de los microinfluencers es convertirse en “filtro” en un contexto de sobrecarga de información. Son centenares los mensajes que diariamente requieren nuestra atención. Quien toma la responsabilidad de seleccionar contenidos relevantes y compartirlos con los demás, se convierte en una fuente preciosa. Además, estando en el centro de una red de contactos, los microinfluencers tienen la posibilidad y la responsabilidad de difundir con el ejemplo un “estilo humano” de ser en Red: responder con calma a los mensajes agresivos, criticar, si es necesario, las ideas, pero no a la persona detrás de las ideas, descubrir pero no difundir las noticias falsas, hacer propuestas positivas, mostrar la propia humanidad exponiendo tanto los propios sentimientos como recurriendo al humor, elegir con cuidado las palabras a utilizar, publicar imágenes de buen gusto.

También en el ámbito de la comunicación de la fe, la figura del microinfluencers es interesante: la Iglesia está llena de estas personas. Pueden actuar por iniciativa propia o bien ser nudos multiplicadores de la información de una institución o realidad eclesial. En un momento de la historia de la Iglesia donde la voz de la jerarquía es puesta en duda o ignorada por los grandes medios, es interesante pensar que muchos navegantes pueden reencontrar en estos microinfluencers –madres de familia, estudiantes universitarios, empleados que hablan con naturalidad de aquello que viven y creen– un mensaje de fe auténtico, atrayente, vivido.

La Iglesia nunca tendrá la capacidad tecnológica de las empresas de Silicon Valley. No es su objetivo. Pero sabe que las grandes respuestas a las preguntas del hombre no se encuentran en la tecnología. La búsqueda de sentido jamás terminará en una experiencia virtual. ¿Y si utilizáramos la tecnología para amplificar estas preguntas y ofrecer algunas respuestas? Sin embargo, necesitamos personas capaces de guiar en la búsqueda de sentido en la Red, con su ejemplo y estímulo. Se necesitan microinfluencer transportados por las corrientes y los vientos que llevan lejos, listos para orientarnos en los mares no siempre calmos de los océanos digitales.

Artículo original en italiano publicado en Città Nuova.

Traducido por Lorena Clara Klappenbach para la edición Nº 617 de la revista Ciudad Nueva

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