Al poco tiempo de que se diera inicio a la cuarentena estricta tuve la posibilidad de estar al servicio de personas mayores para ayudarlas a realizar sus compras de alimentos o medicina y así evitar que tuvieran que salir a la calle y correr el riesgo de contagiarse.
Entre estas personas conocí a un señor que por problemas de salud no podía levantarse de su cama, además de vivir solo y en un lugar muy pequeño que alquila.
Luego de un día en que no lo encontré en su casa le escribí y al poco tiempo me respondió diciéndome que estaba en el hospital y que habían tenido que amputarle una pierna debido al estado en que llegó.
Por la pandemia no era conveniente que se quedara mucho tiempo internado y días después regresó al lugar donde vive. Se comunicó conmigo y sin pensarlo fui a visitarlo.
Al verme empezó a contarme todo lo que estaba viviendo, lo difícil que era para él y entre lágrimas me fue contando cada detalle de lo que se acordaba. Le manifesté que en todo lo que pudiera ayudarle estaría disponible. Somos vecinos, así que no tardo más de cinco minutos en llegar.
Los dolores que sentía eran muy fuertes y con una pierna menos muchas cosas las tuvo que aprender de nuevo. Fue así que por las mañanas me llamaba por teléfono para que lo ayudara a ir al baño, sacar algo de la heladera o llenar las botellas de agua.
Fuimos conociéndonos cada vez más, me empezó a contar de su familia, de sus hijos, de su trabajo como electricista, de sus viajes como marinero. Siempre algo nuevo.
Conocí a una de sus hijas y a uno de sus hijos, quienes me agradecieron mucho por estar cerca de su padre, ya que por vivir lejos no pueden visitarlo todos los días, mientras que a las otras hijas me las presentó a través de una video llamada.
El Día del Padre me llamaron para compartir un momento con ellos, les llevé un trozo de torta y conversamos mucho en un clima muy sencillo y profundo. Uno de sus hijos, a quien apenas había conocido, me contó de una discusión que había tenido con su hermana. Lo escuché, le dije lo que yo hubiera hecho y al día siguiente supe que habían logrado hablar y que estaba todo mejor entre ellos.
Cada vez que lo visito su ánimo es bueno. Cualquier nuevo movimiento que logra hacer por sí solo se lo festejo y le doy aliento para que siga intentando. De a poco se anima a tomar las muletas, aún no logra, pero lo intenta siempre. Son muy pocos los pasos que puede dar, sin embargo el esfuerzo y las ganas que pone son muy grandes. Una tarde una señora nos vio cuando estábamos ejercitando dar unos pasos con la muleta, se emocionó y se puso a llorar de alegría; luego le trajo un paquete de galletas de regalo. También otro vecino joven vio que estaba intentando ponerse de pie y al ver que logró hacerlo le regaló un jugo de frutas.
Una hija le consiguió una silla con rueditas para que sea mucho más cómodo moverse en su cuarto, con otra de sus hijas acomodamos el lugar para darle mayor comodidad dentro del espacio estrecho y de a poco fui viendo de qué manera ordenar sus cosas para que él pueda tener acceso a todo sin problemas. Frente a todos estos cambios este señor se quedaba maravillado y muy contento de tener espacio.
Una tarde de sol aceptó con una gran sonrisa ir a dar un paseo. Lo llevé en su silla de ruedas a un parque, hicimos 5 kilómetros y disfrutó cada momento, ver gente, respirar aire renovado… lo aprovechó además para seguir contándome anécdotas. Por ese parque él siempre pasaba caminado y este paseo le hizo apreciar detalles que antes no advertido: los árboles, los edificios y sus construcciones, etc. Su rostro demostraba su gran felicidad, y fue lo que me ayudó a superar el esfuerzo de empujarlo durante todo ese recorrido.
Le preparé un regalo que hice con unos cajones. Los lavé, los lijé, le pasé barniz y construí unos estantes para que pudiera tener ordenado todo lo que usa normalmente para cocinar. Cuando los vio se puso feliz y desde ese día ese rincón de la mesa tomó otro significado.
Además de la cama, ahora también tiene un rincón que usa como cocina; en otro ángulo del cuarto una pequeña mesa de luz hace las veces de escritorio y así poco a poco el espacio tomó otra dimensión, y él se mueve a gusto y con comodidad.
Luego de cada visita les escribo a sus hijos, les cuento cómo está y trato de que cada mensaje ayude a que se sientan más cerca de su padre. Así, la relación con este señor y los hijos fue creciendo en confianza y respeto.
Cada vez que lo llevo a dar un paseo en la silla de ruedas él habla con casi todos los vecinos del barrio, es muy querido por todos, ellos lo animan y esto lo estimula mucho. Así yo, que soy nuevo en el barrio, voy conociendo a gente nueva.
Un día lo encontré triste. Entre lágrimas me contó que había discutido con su hijo y que no se habían despedido de la mejor manera. Al día siguiente su hijo me escribió para contarme la misma situación desde su punto de vista, sin saber que su papá también me había hablado de lo mismo. Sin dar la razón a uno u a otro solo quise poner en evidencia lo que cada uno de ellos quiso decir: por un lado la preocupación del hijo por su padre para que siga las indicaciones de los médicos y no corra riesgo de amputación la otra pierna. Y por el otro, que el hijo pudiera evidenciar todo lo que en estos pocos días su padre había logrado como progreso físico. No tardaron mucho en volver a escribirse y hablarse. Lo lindo fue ver cómo cada uno descubría lo importante que son el uno para el otro. Sus hijos me dicen que su padre me tomó como amigo, como hijo, como consejero.
En lo personal todo esto lo vivo como un gran regalo de volver a experimentar una vez más lo fuerte de las relaciones basadas en el respeto, en el valor de quien está a mi lado, en la confianza mutua.
Seguramente yo sea un don para este señor, por la ayuda en las cuestiones prácticas y en el apoyo anímico para salir adelante. Pero también está esa valiosa parte que es lo que este señor está generando en mi vida. A través de sus historias él me hizo revalorizar y reencontrarme con mi historia, y con sus logros diarios me ayudóa retomar fuerzas para crecer en mi interior. Apreciar el valor incalculable de saber escuchar y también de saber callar.
Todo esto lo vivo en compañía de quienes viven conmigo, que se interesan y me preguntan cómo va cada día, haciendo que cada visita sea una realidad más profunda anclada en lo sobrenatural, en la esencia de quien ama sin medidas a corazón abierto.
por Adrián D.
Testimonio publicado en la edición Nº 623 de la revista Ciudad Nueva.