Una “experiencia”, personalísima y sin pretensiones, para compartir un poquito de lo que la autora vivió, sintió, pensó, disfrutó y también lloró. Un regalo de un pedazo de su intimidad, para un encuentro de almas.
por Nélida Beatriz Sarría
Desde el comienzo sentí la cuarentena como una oportunidad. El “para qué” fue la cuestión.
Siguiendo los consejos de hacer actividad física, mi patio se transformó en protagonista indiscutido de mi tiempo disponible. El objetivo que me propuse fue caminarlo de punta a punta durante media hora, dos veces al día, después fue una.
En marzo todavía hacía calor y el sol inundaba todo el espacio, había hojas amarillas y rojas por todas partes, pero lo que me sedujo particularmente fueron los cielos. Los cielos míos de cada día. Ese espectáculo gratuito, diverso, irrepetible y siempre fascinante. Cielos que también fueron testigos y confidentes. Testigos de mis caminatas unidas a rezos, meditaciones y cantos. Confidentes de angustias, dudas, sueños, planes y desvelos. Marco propiciatorio de un enfrentamiento con la que soy y el camino que me condujo por otro sendero.
Jesús forma parte imprescindible de mi vida y a él recurro para pedir por mí, pero también por los que conforman mi mundo.
Lo que sentí a partir del encuentro conmigo fue la oportunidad de aprovechar las horas inéditas para escucharlo a él. Así nació un nuevo vínculo casi como de “compinches”, haciéndole saber la disposición de mi atención a lo que tuviera y tenga para decirme, ofreciéndole mis batallas más recónditas, mis caos y las luchas de trincheras de mi corazón.
Lo que escucho, leo, reflexiono y también comparto de maneras varias me va dando algunas pistas sobre algo de lo que tiene para señalarme.
Como también incorporé el rezo diario del Rosario desde la gruta de Lourdes y a veces la misa, me sorprendí con palabras como “pequeños”, en alusión a lo que somos ante el misterio del amor de Dios. Oí decir que se repite mucho en los textos, pero para mí era una forma de definir mi nada, y no una condición para su misericordia; que el orgullo nubla, como sentí que me lo dio a entender.
La armonía que anhelo para conmigo misma y con todo lo creado la logro cada vez que me desprendo de mí, de mis apegos, mis miedos y mis iras, me reconozco criatura, me entrego al momento y digo “sí” a la que soy y a lo que tengo.
Parecen solo palabras, tampoco nuevas, quizás así sea, pero es mi íntimo proyecto de pandemia, lograr expandirme y fluir –por ponerlo en términos actuales– estando feliz porque sí nomás, por la que soy, sin querer ser otra y por lo que tengo en el ahora, solo por reconocer la enorme cantidad de milagros cotidianos que me y nos rodean.
Un ejemplo: una mariposa color naranja, que me acompañó todas las mañanas, sin faltar una, hasta que aparecieron los fríos. Y aun así, volvió a visitarme un dorado día de julio, ¡quedándose a mi paso, en el suelo, aleteando!
*La autora vive en Mercedes, provincia de Buenos Aires.
Testimonio publicado en la edición Nº 623 de la revista Ciudad Nueva.