La agresividad del anonimato

La agresividad del anonimato

La habilitación para opinar online debajo de las noticias publicadas en diarios digitales se convirtió para muchos en la posibilidad de insultar y denostar impunemente, perdiendo la chance de alimentar un sano debate.

“NO HAY CONFIANZA Y HAY MUCHO TEMOR DE LOS MERCADOS QUE VUELVAN LOS POPULISTAS CASTROCHAVISTAS ESTO ES LA RESPUESTA DEL MERCADO A LOS QUE VOTARON A LADRONES”, comenzó “rantonelli”.

“q fracasado macri, pero no tanto, robo para sus amigos ricos, ahora van por vaciar el central no dejar ni un dolar, y hay q seguir esperando a que se vaya el 10 de diciembre?”, respondió “corcor”.

La noticia es breve: la expectativa por la reapertura del mercado tras las restricciones cambiarias. Todavía no lleva una hora posteada en la cabecera web de La Nación pero ya tiene treinta y nueve comentarios, cantidad que fue aumentando conforme se incrementó también el tono violento.

“HISTORICO ES EL DAÑO QUE LE VIENE HACIENDO AL PAIS, EL MALDITO PERONISMO, CORRUPTO Y CRIMINAL… POR DECADAS DESTRUYEN EL PAIS… EL PERONISMO ES EL MAYOR RESPONSABLE POR LA POBREZA EN EL PAIS!!!”, repuso “daniel_camara”.

La posibilidad de comentar una nota online supone una cierta ruptura con la tradición vertical de los medios masivos de comunicación. Previo a ello no era posible la interacción con el medio, a excepción del pequeño espacio dedicado a las cartas de lectores en la prensa gráfica o a los llamados telefónicos en la radio. Los espacios generados en los diarios o en las redes sociales permiten a cualquier individuo –que cuente con un aparato tecnológico y una conexión a internet– mediatizar su punto de vista, maximizar su alcance e incidir en el debate público.

No obstante, la participación de los usuarios lejos está del intercambio de ideas símil tertulias que ansiaban las empresas periodísticas cuando habilitaron los comentarios (en el caso específico de La Nación, en el año 2006). Por el contrario, el despliegue está signado por la indignación, la falta de respeto y la reducción de temáticas complejas a análisis hípersimplificados. Mucho más parecido a la jerga de la cancha. “Los comentarios en las versiones digitales de los diarios informativos se transformaron en un repositorio de sentido común y en un espacio confrontativo y verbalmente violento que no cumplió las expectativas previas de promover una participación de calidad por parte del público” (Gobbi, 2017, pp.75-76)1.

El diario La Nación no es la excepción. Lo mismo ocurre en las web de Clarín, Página 12 e Infobae, el diario más consumido. Debido a ello, en ocasiones, las empresas han optado por cerrar los comentarios en algunas notas o incluir un moderador que los filtre y los responda. A su vez, el fenómeno se trasladó a las redes digitales. Facebook y Twitter son arena de debate donde construcciones, principalmente políticas y religiosas, confluyen y confrontan con modismos poco amigables. El análisis discursivo de los comentarios digitales se ha convertido en una especie de jarana para los semióticos, que se entretienen reconociendo la iconicidad o la carga simbólica de cada publicación. En términos generales, la agenda está signada por la emotividad, la subjetivación y la inestabilidad. Las mayúsculas “elevan la voz”, los signos de interrogación enfatizan el alarido y los emojis explicitan un estado o una gestualidad. La emoción, el pathos, prima por sobre el logos, el argumento en términos aristotélicos.

La brevedad y condensación también son rasgos característicos, devenientes de las gramáticas y estructuras propias de las redes (Twitter, por ejemplo, no permite más de 280 caracteres por comentario). El tono utilizado es coloquial, se evidencian errores ortográficos y ahondan las vaguedades e inexactitudes. Porque ni “ratonelli”, ni “daniel_camara” ni “corcor” justifican sus ideas, pero todos recurren al trato agresivo y a los insultos para desmerecer a su objeto.

A diferencia de Facebook, que desde hace algunos años prohibió la generación de usuarios con nombres inverosímiles y que insta al enunciador a construirse con un nombre, un apellido, una foto de perfil y una biografía concreta, en Twitter o la web de La Nación los individuos se esconden bajo seudónimos y operan sin que nadie los reconozca. Es entonces que se acentúa la violencia. El anonimato desinhibe, seduce, gratifica. La supresión de la condena social o el estigma permite al individuo expresar libremente lo que piensa sin que eso le genere algún tipo de efecto o consecuencia. ¿O acaso no callamos comentarios en la vida offline solo por temor a lo que puedan decir o pensar de nosotros?

Hay una desinhibición online fomentada por el anonimato, por la no coincidencia temporal entre la emisión y la recepción de los mensajes y por la falta de empatía al no saber quién será nuestro verdadero destinatario. Es más, los seudónimos no nos dan siquiera la garantía de que no sea un solo usuario comentando bajo distintos nombres, o un ejército de bots (cuentas automatizadas diseñadas para hacer publicaciones sin intervención humana) como los que le enviaban caricias significativas al presidente. No obstante, sean reales o no, el contenido de su mensaje sí lo es. Tiene un sustento social y construye representaciones colectivas.

El comentario digital como género discursivo es, entonces, un marco ideal para reconocer los imaginarios sociales y estudiar las construcciones socioculturales de los acontecimientos. Condensa las ideas de los individuos tal como son vividas en su cotidianidad y alimenta el “sentido común” de los ciudadanos. Diálogos privados que antes se llevaban a cabo en pasillos de edificios o antesalas de hogares ahora se publican en las redes sociales. La violencia no es exclusiva de lo digital, pero a diferencia de un intercambio oral, el comentario online es escrito. Y por lo tanto perdura.

La nota de La Nación no tiene más de cinco mil caracteres. Sin embargo, la barra permite descender bastante más. El largo de los comentarios supera el de la noticia que los motivó. Y entonces no se puede determinar hasta qué punto no son estos comentarios –ya 125– los que informan verdaderamente sobre la realidad del país, mucho más que aquellas pocas líneas esbozadas por el periodista y una empresa mediática detrás.

1. Gobbi, Jorge (2017). “Una genealogía de los comentarios de lectores en las versiones digitales de los diarios argentinos: de los blogs a los medios” en La noticia hoy. Buenos Aires: Imago Mundi.

Artículo publicado en la edición Nº 613 de la revista Ciudad Nueva.

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