Un recorrido por los puntos más trascendentes del documento del papa Francisco Christus vivit, que permite descubrir claves para el acompañamiento de las nuevas generaciones.
Por Tommaso Bertolasi y María Virginia Osorio Cabrera
El corazón de la Iglesia está latiendo con el de los jóvenes. Ahora como nunca. Por primera vez la juventud se ha vuelto centro de la reflexión, de la vida y del camino de la Iglesia. “¡Él vive y te quiere vivo!”. Con estas palabras empieza la exhortación apostólica del papa Francisco, Christus vivit, la cuarta de su pontificado. Nunca como esta vez el título “exhortación” fue tan apropiado: con fuerza, entusiasmo y alegría Francisco alienta a los jóvenes, y con ellos a toda la Iglesia, a que se encuentren con Jesucristo, fuente de vida y de verdadera juventud. “Vida”, “vivir”, “vivo” son palabras que aparecen casi trescientas veces en el texto, así como la palabra “jóvenes”. En los 299 párrafos, repartidos en nueve capítulos, Francisco abre perspectivas, empieza procesos, se pone en diálogo, construye un puente que llega hasta aquellos jóvenes más alejados de la Iglesia y de su magisterio. El Papa no quiere escribir un tratado académico sobre una juventud abstracta; quiere hablar directamente al corazón de cada joven, pues afirma: “’la juventud’ no existe, existen los jóvenes con sus vidas concretas” (71).
La novedad de la exhortación apostólica es hacer de los jóvenes el lugar en el cual la Iglesia se quiere poner para discernir la acción de Dios en la historia. En efecto, el cristianismo no es una religión del Libro, en el sentido de que Dios no dicta palabra tras palabra de un código religioso, ético, espiritual a los hombres. En la Biblia Dios actúa en el pueblo, en la historia y su actuar depende también de la respuesta de los hombres. El Dios cristiano no habita tanto en los templos, sino más bien en el tiempo y en la historia de cada uno de nosotros. Este “estilo” del Dios de Jesús se repite siempre y también hoy. En una época de comunicación en red, de trabajo horizontal y transversal, de problemas resueltos en equipo, la profecía no mana de la boca de uno, sino de las vidas de muchos. Y estos muchos, la voz profética de hoy que deja vislumbrar las huellas del paso de Dios en el mundo, es la juventud. Los jóvenes son “el ahora de Dios” (178).
La lectura de Christus vivit no es ejercicio reservado a los jóvenes o a los agentes de pastoral juvenil. El Papa invita a todos los cristianos a caminar con Jesús, a escuchar juntos su voz, a partir juntos el pan y a anunciar juntos, con alegría, que la verdadera vida viene de la amistad con Él.
Christus vivit se puede ver como una etapa de un camino que el Papa ha querido recorrer junto con los jóvenes y con toda la Iglesia y que ha visto la participación masiva de personas provenientes de todos lados del mundo. Primero a través de las redes sociales, luego con un encuentro presencial de jóvenes de todo el mundo, después con la reunión sinodal de los obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional y, en fin, con la exhortación apostólica. Realmente con Christus vivit la Iglesia del papa Francisco demuestra que su forma es la sinodalidad, palabra que quiere decir “caminar juntos”. Un camino que, sin embargo, no es tan solo una cuestión entre personas, sino camino con el protagonista de la historia por excelencia, con Jesús que, como a Emaús, se pone al lado de los caminantes para escucharlos y partir con ellos el pan.
Entre fragilidad y fortaleza
Una tensión entre dos polos atraviesa a todo el documento: se trata de la oposición entre la fragilidad que, en distintos modos, atraviesa a todos los hombres y mujeres de este tiempo, y la fortaleza que viene de la amistad sanadora con Jesús, de la experiencia del amor del Padre y de la fuerza renovadora del Espíritu Santo.
En el capítulo tercero se ofrece una mirada aguda sobre los tiempos de crisis que el mundo está enfrentando. Delante de la incertidumbre que causa cualquier tipo de cambio también la Iglesia viene desafiada a no dar respuestas preconfeccionadas, a abandonar esquemas rígidos que alejan a los fieles, más que acercarlos (65). El reto es el de no hacer un “listado de calamidades, de defectos de la juventud actual” (66), sino de “de encontrar caminos donde otros ven solo murallas […], de reconocer posibilidades donde otros ven solamente peligros” (67). Los obstáculos, signos de la crisis, vienen identificados en las diversas formas de violencia, en el escándalo de los abusos, en las muchas dependencias, en ideologías invasivas que convierten a los jóvenes en carne de cañón y que los convierten en “seres individualistas, enemigos y desconfiados de todos” (73). Además, Christus vivit denuncia las muchas formas de marginación y exclusión social tan presentes también en nuestra Latinoamérica. Frente a estas heridas el riesgo más grande es el de vivir como anestesiados, como personas que normalizan la injusticia, que se distraen con otras noticias y banalidades. Por eso Francisco propone una medicina, esto es, las lágrimas. Solamente la compasión, el saber abrazar el dolor del otro, el oír el grito de abandono de tantos jóvenes hace de la Iglesia una verdadera madre (75).
Retomando las conclusiones del sínodo, el Papa propone tres temas importantes: el ambiente digital, hoy plaza real de participación y a la vez de expresión de malestar (86-90); las migraciones como paradigma de nuestros tiempos, con respecto a las cuales la Iglesia está llamada a jugar un rol profético (91-94); en fin, el escándalo de los abusos económicos, de poder, sexuales, etc., frente a los cuales los jóvenes pueden dar respuestas novedosas y sanadoras (95-102).
Para Francisco los jóvenes no son solamente una “promesa de vida” (139), sino son el “ahora de Dios”, el lugar desde el cual la Iglesia se pone para escuchar la voz de Dios que habla a su pueblo y el lugar desde el cual mirar como humanidad peregrina a Dios. Una institución de inspiración católica, un Movimiento eclesial, una escuela o universidad católica que no se deja interpelar por los jóvenes, que no se pone al lado del joven para tratar, con él, de vislumbrar los signos de los tiempos y el actuar de Dios en la historia, que en cambio se pone a la defensiva y no quiere escuchar voces incómodas se “convierte en un museo” (41).
El capítulo cuarto es central en la exhortación apostólica porque intenta mirar a la juventud en la luz de la sabiduría, develando la belleza del gran anuncio que Dios hace a los jóvenes de todos los tiempos. Francisco lo condensa en tres verdades de la fe que están dirigidas a todos (111).
El primer mensaje es que “Dios te ama” (112-117). Sale a la luz con fuerza la gran categoría que atraviesa todo el magisterio del Papa porteño, esto es, la ternura del amor de Dios que ama a todos, por primero, hasta al más pequeño. Es ésta la verdad central del mensaje del Evangelio, muchas veces sustituida por una idea de Dios rígida, lejana, difícil de soportar.
El segundo mensaje es que los brazos abiertos de Jesús en la Cruz “son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo” (118). Que Jesús salva, quiere decir que Él nos pone en la justa relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos entrando en nuestras contradicciones, en nuestros dolores, heridas, fracasos y a través de éstas escribe una historia de amor (120).
La tercera verdad es un canto de júbilo: el grito de alegría que brota del corazón del Evangelio: ¡Él vive! Como en la mañana de la resurrección, Francisco invita a los jóvenes a contemplarlo felices, desbordantes de gozo y de alegría (126). El Papa exhorta a dejarse vivir por Jesús, a dejar que Él se haga camino en nuestras vidas: tan solo así llegará la fortaleza necesaria para atravesar la fragilidad de nuestro mundo en crisis.
Raíces
Toda la exhortación apostólica quiere animar a los jóvenes a ser agentes transformadores de la realidad. No obstante, Francisco retoma un tema del cual suele hablar a la juventud: las raíces. Ciertamente de las raíces que cada cristiano tiene que tener puestas en el Cielo, pero también de aquellas raíces que ahondan en la historia de la propia familia y del propio pueblo. El asunto es tan importante que el Papa decide dedicarle un entero capítulo (el sexto).
El presente sin el pasado es inconsistente y el primer viento se lo lleva por donde quiere. La historia presente sin la memoria de la historia pasada está expuesta a la merced de interpretaciones superficiales, que enmascaran el presente para atraparlo en un discurso ideológico manipulador. Es por eso que las relaciones intergeneracionales son fundamentales para la construcción de comunidades auténticas y solidarias que se vuelve el lugar para el intercambio de los dones y el discernimiento vocacional. En efecto, mi identidad está custodiada en el corazón del otro y solamente entrando en contacto con él la puedo descubrir y donar. Esto vale en general y vale también entre generaciones, es decir, son los ancianos que custodian el secreto de la juventud, pues solamente en el mutuo reconocimiento de las diferencias podemos captar la unicidad que cada generación trae consigo.
Las relaciones intergeneracionales remiten a los lugares en los cuales éstas toman carne y se desenvuelven. Trazando preciosas indicaciones pastorales Francisco invita a crear “hogares”, es decir “casas de comunión” en las cuales se permita que “la profecía tome cuerpo y haga nuestras horas y días menos inhóspitos, menos indiferentes y anónimos” (217). Cada comunidad parroquial, cada institución de inspiración católica, cada Movimiento, comunidad eclesial, está desafiada a crear espacios de comunión, hogares cálidos en los cuales los jóvenes puedan encontrar un clima de familia, más que de oficina o de centro de gestión. Muchas veces los espacios institucionales terminan excluyendo a los jóvenes que no encuentran el lugar adecuado para expresarse en libertad y en los cuales puedan estrechar lazos relacionales profundos.
Para una pastoral (popular) juvenil
El genio eclesial y pastoral de Francisco brilla aún más al final de Christus vivit en la propuesta de una pastoral juvenil novedosa, amplia, que sepa integrar a los jóvenes y acompañarlos en el encuentro con Jesús. A menudo, en nuestros espacios eclesiales, los jóvenes más que hacer un encuentro gozoso con Jesús vivo y presente entre los suyos (214), chocan con “obstáculos, normas, controles y marcos obligatorios” (230) que poco entienden y soportan.
Con audacia, el papa Bergoglio propone una pastoral popular juvenil “amplia y flexible que estimule, en los distintos lugares donde se mueven los jóvenes reales, esos liderazgos naturales y esos carismas que el Espíritu Santo ya ha sembrado entre ellos” (230). Es una pastoral que sabe acompañar al joven con paciencia, escucharlo en profundidad, hablarle con ternura y mirarlo con misericordia. Se trata de saber transitar procesos junto con la juventud, “estimulando el bien posible” (232), sabiendo soportar el conflicto y abrazar la contradicción porque “solamente lo que se abraza puede ser transformado” (120). Cuando una institución se preocupa demasiado por tener un grupo de jóvenes puros, sin manchas, a los cuales transmite ideas abstractas y alejadas de la realidad, termina convirtiendo “el Evangelio en una oferta desabrida, incomprensible, lejana, separada de las culturas juveniles y apta solamente para una élite juvenil cristiana que se siente diferente, pero que en realidad flota en un aislamiento sin vida ni fecundidad” (232). La pastoral popular juvenil es misionera (254), porque sabe salir al encuentro del pobre y de los que están alejados de Dios.
El Papa le dice a los jóvenes que no se achiquen, que “hay salida”, que miren a María, “la mujer fuerte del ‘sí’, que en los momentos más difíciles de su hijo, de la primera comunidad cristiana quien sostiene y acompaña, cobija y abraza” (45). A quienes acompañan, que el corazón del joven es “tierra sagrada” ante la cual descalzarse para acercarse y “profundizar en el misterio”(217). A todos nosotros, de todas las edades, nos invita a abrir la cancha a Jesús, que más allá de las dificultades, de los grandes desafíos que nos interpelan, que nos desconciertan, nos invita a caminar juntos para atraer la presencia del único Maestro, como pasó en Emaús. Jesús caminó con los discípulos que estaban desconcertados por lo que había sucedido y parecía escaparan de Jerusalén y de la comunidad. Él los escucha atentamente, les anuncia la Palabra, los interpela para que puedan iluminar con su luz lo vivido, acepta la invitación a cenar, y esa amorosa actitud hace que en su corazón lo reconozcan. Ellos mismos eligen cambiar dirección para volver y compartir el encuentro con Jesús Resucitado (129).
Christus vivit propone a parroquias, instituciones, asociaciones y Movimientos que la pastoral juvenil no sea tanto el objeto de un enunciado vacío que afirma en la teoría y niega en la práctica una supuesta cuanto abstracta “prioridad juvenil”. Una conversión pastoral hacia los jóvenes implica invertir seriamente en recursos humanos y económicos para la formación y el acompañamiento de los jóvenes; implica que en la comunidad se vivan vínculos fraternos en los cuales vive Cristo que ilumina al joven y le hace sentir el calor del hogar y de la familia; significa emprender acciones misioneras y en salida, mirando a las periferias geográficas, sociales, etc.; significa apostar a los vínculos inclusivos, que soportan las contradicciones y las fragilidades, más que al mantenimiento de estructuras de ladrillos o de gestión. Una comunidad que no apuesta con hechos concretos en el caminar con los jóvenes, es una comunidad que no solo no tiene futuro, sino que ya no tiene presente .
Artículo publicado en la edición Nº 612 de la revista Ciudad Nueva.