La lógica binaria del debate mediático atenta contra la búsqueda de la unidad. La necesidad de arquitectos y artesanos del diálogo.
La contracara de la amigable sociedad plural de los folletos multiculturales de la ONU es un montón de gente pensando y sintiendo muy distinto sobre asuntos fundamentales de la vida. Cuando esos temas neurálgicos entran al debate público, cada vez más seguido se polarizan las posturas y aparecen rótulos que definen las posiciones reduciendo al otro a una etiqueta.
El rostro único de cada persona –su historia, sus emociones, sus matices– se esconde detrás de las máscaras en serie que construye el activismo. Frecuentemente, las polarizaciones devienen en demonizaciones cruzadas, levantan muros y destruyen puentes: la lógica binaria del debate mediático y tuitero secuestra la complejidad del entramado cotidiano y la encasilla en posturas excluyentes. Allí donde una mirada más serena podría descubrir coaliciones con variedad interna y gradualidad de opciones, el virus barrabrava tiñe todo de radicalidad absoluta.
De esta manera, personas usualmente dispuestas a reconocer la buena intención de los demás, a escuchar para entender motivos y a dialogar para buscar soluciones superadoras, quedan atrapadas en el juego de los barrabravas. Esos que transformaron la final más grande de la historia del fútbol americano, aquel River-Boca de la Libertadores 2018, en una vergüenza internacional que dejó la ilusión de los hinchas en Argentina mientras los barrabravas (y los dirigentes) viajaban impunemente a Madrid.
El virus barrabrava enferma el fútbol, debilita los clubes y lastima a los socios. Sin embargo, seductor y disfrazado de mística puede infectarnos a todos. Del mismo modo, la polarización, vestida de convicciones fuertes y coherencia convierte al prójimo en enemigo y al diálogo en una tibia carencia de compromiso. En el mundo barrabrava, los pacíficos no son tan bienaventurados. Como resultado, grupos intensos arengan los extremos y la mayoría de los ciudadanos nos quedamos esquivando balas perdidas con la sensación de estar cada vez un poco peor.
Esta imagen futbolística del fracaso de la amistad social nos permite presentar la nueva encíclica Fratelli tutti del papa Francisco y destacar su invitación fundamental: para vivir en una casa común de hermanas y hermanos, en la que además todos nos sintamos en casa, necesitamos arquitectos y artesanos del diálogo. “Nos encontramos ante dos problemas –explica el filósofo de la Universidad de la Santa Croce, Ángel Rodríguez Luño–: debemos vivir bien y debemos vivir juntos. Vivir bien es más importante; vivir juntos, más fundamental, porque solamente juntos podemos vivir y vivir bien”.
Dicen los expertos que si Jorge Bergoglio hubiera escrito una tesis doctoral habría tratado sobre “El contraste: ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto” de Romano Guardini, un estudio de las diversas formas en que se puede lograr la unidad sin uniformidad, asumiendo la pluralidad de lo humano y la multiplicidad de lo real. O sea, una tesis para diagnosticar y proponer un tratamiento para el virus barrabrava, una tesis para echar luz en las sombras de facciones y rivalidades que continúan, hoy como ayer, oscureciendo el horizonte. Fratelli tutti es el aporte de Francisco para el desarrollo global de una vacuna contra la división, porque si queremos vivir bien, “vivir juntos es más fundamental”.
Hace poco escuché que el diálogo es como una mesa: nos une a la vez que nos separa. Estamos juntos, pero cada uno en su sitio. Constituye un lugar común, de apertura, respetando la identidad y el lugar de cada una y cada uno. La polarización patea la mesa y rompe la reunión. Insular y autorreferencial, obliga al monólogo. Funciona para la política de la grieta en la que se niega el saludo y se sanciona la colaboración. Sube los puntos del rating y explota en los comentarios de Facebook, pero adormece la participación propositiva y conspira contra la cultura de la paz.
En este contexto, Fratelli tutti nos introduce con fuerza renovada en un camino de solidaridad comunicativa: no aspirar a vencer, sino a compartir e inspirar; argumentar sin derrotar para construir juntos. Imaginar un mundo de mil rostros y un coro de voces múltiples; en el que nos escuchamos con interés y reconocemos los valores que nos unen.
“Escritores de la libertad” es una película basada en hechos reales. Una joven docente llega a una escuela secundaria de Long Beach llena de deseos de hacer una diferencia positiva. Se encuentra con una administración que ha perdido la esperanza en los chicos y chicas con problemas. Las pandillas –organizadas por grupos étnicos (camboyanos, afroamericanos y latinos)– intervienen la vida de los adolescentes y las cosas van de mal en peor. La música de la historia avanza sobre la partitura de El diario de Ana Frank. Momento cumbre: la profesora Erin traza una línea en el aula e invita a seguir la consigna: los que hayan perdido un amigo en la lucha entre pandillas, pónganse a este lado de la línea; los que hayan perdido dos; los que tengan un familiar en la cárcel; los que… los que… Multiplicar los temas y las experiencias humanas crea nuevos grupos y rompe la regla del enfrentamiento pandillero. La trama da un giro inesperado: ahora el grupo ha encontrado lazos para tejer un vínculo. Unidos en la vulnerabilidad, los problemas comunes y los sueños de mejora desarrollan fuerzas nuevas para trabajar juntos y superar los conflictos.
Buscar experiencias compartidas, valores y problemas comunes destraba la contraseña del vivir juntos y ensaya una vacuna para el virus barrabrava. “Unidad”, “todos”, “juntos”, palabras que se usan en política; pero quizá se viven de verdad en el deporte. Como cuando la Selección Argentina nos une a todos en el Mundial; como cuando la final de la Champions nos une a todos los que disfrutamos del fútbol. De este sentimiento podemos aprender para grabar en el corazón que “vivir juntos es más fundamental”, porque –como viene insistiendo el papa Francisco sin descanso y sin cansancio– del virus, “nadie se salva solo” ·
*El autor es profesor de Sociología de la Comunicación (Universidad Austral, Buenos Aires).
Artículo publicado en la edición Nº 625 de la revista Ciudad Nueva.
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