El tesoro de la amistad

El tesoro de la amistad

La pandemia trajo a muchos de nosotros la experiencia del valor de las relaciones sociales. La necesidad del contacto afectivo cercano, la mirada, un apretón de manos, una palmada, el abrazo. Y con ello la necesidad de la amistad, de la compañía en nuestras vidas.

El rol de amigo es una gran fuente de reconocimiento, apoyo incondicional, consuelo, consejo, compartir actividades de diferentes intereses y ampliar horizontes sociales, culturales.

Aprendemos a hacer amigos primero dentro de la familia, cuando esta actúa como un sistema abierto, cálido, donde los niños y las niñas tienen el estímulo al intercambio diverso con personas fuera y dentro del ámbito familiar, cuando los padres están a gusto con que sus hijos inviten a sus amigos a su casa o que se queden a dormir en los hogares de otras familias.

La familia es sostén y ayuda para incorporar recursos que permitan superar los conflictos en los vínculos; es donde aprendemos a relacionarnos con otros conocidos y desconocidos como así también incorporamos las normas sociales. Las primeras fuentes de amigos son las relaciones de los familiares, el jardín de infantes y luego el colegio, el club, la iglesia, las actividades recreativas.

La amistad nos permite tener vínculos con personas de diferentes cualidades, pensamientos, creencias. Con algunos podemos compartir gustos e intereses comunes, con otros, salidas y con otros, nuestra intimidad. Es recomendable buscar amigos que compartan actividades como deportes, hobbies, intereses culturales, sociales o comunitarios. La calidad de la relación es diversa pero eso no quita que podamos considerarlo amigo o amiga. Esta riqueza diversa en intensidad y calidad de las relaciones hace al desarrollo de habilidades sociales de respeto, escucha, aceptación y aprendizaje en las diferencias promoviendo una personalidad inclusiva, intercultural.

Para tener amigos es necesario contar con una buena autoestima y habilidades sociales. Ambas pueden aprenderse. Muchas veces se estimulan con la experiencia misma, por ello la importancia de que podamos hacerlo desde pequeños, aunque ello no quita que de grandes también se pueda descubrir una nueva manera más sana de vincularnos con los demás.

Tener un grupo de pertenencia, un grupo de apoyo, una red de amistades es una gran fuente de energía vital y riqueza de nuevos aprendizajes, superadora del estrés, es un recurso para conocerse más a sí mismo y crecer como persona, y es sanador. Me atrevo a decir que cuantos más buenos amigos y amigas tengamos menos iremos al médico y al psicólogo. Aunque claro que a veces se necesita también una ayuda especializada.

La familia o la pareja no son el único sostén. Tener solo a ellos como único ámbito que otorga seguridad y afecto puede ser un inconveniente que crea dependencia, limitaciones en cuanto a la percepción de la realidad y relaciones asfixiantes o dominantes que no nos permiten desplegar nuestras potencialidades. Es bueno que la pareja esté abierta a compartir con otras parejas amigas o que cada miembro tenga sus propios amigos. Es renovador, permite la apertura y oxigena el vínculo con el compañero de vida. También hay aspectos de la intimidad personal que es bueno compartirlos con los amigos y que no es posible hacerlo con nuestra pareja.

Es en la familia, en la primera infancia, donde se va aprendiendo a tener amigos y a resolver conflictos, la competencia, los celos o la envidia para transformarlos en fortaleza, autoestima, compañerismo, en alegría por los logros del otro, admiración.

La falta de confianza en las personas o la dificultad para crear amistades duraderas en el tiempo reflejan dolores personales no resueltos en la infancia que impiden abrirnos a una amistad verdadera o mandatos parentales limitantes por vivencias propias, como “no te acerques a la gente”, “vas a quedarte solo”. Esto es debido a las propias dificultades de los padres, que se aferran a sus hijos impidiéndoles construir nuevas relaciones fuera de la familia. No es cierto que “un hijo o un padre es el mejor amigo”. Ambos pueden tener una excelente relación, ampliada con personas de edades similares. Además, los amigos proveen modelos parentales que complementan o ayudan a sanar lo que los padres no pueden ofrecer.

Al aproximarse las Fiestas, nos planteamos con quiénes vamos a compartir. Esto puede convertirse en una autoevaluación de los vínculos creados: “¿Con quiénes cuento, a quiénes les importo realmente, quiénes me importan a mí?”. Es muy frecuente que surjan ideas y sentimientos de culpa, rabia, resentimiento, tristeza, soledad, en lugar de afecto y alegría. Estas lamentables situaciones son atribuibles a que las Fiestas simbolizan la unión, concordia, intimidad, protección mutua, pero cuando esos vínculos gratos están ausentes, el contraste entre lo que se espera y lo que realmente se tiene produce esos malestares. Pueden ser un buen momento para poner en práctica nuestras habilidades sociales, agradecer, resaltar valores, cualidades del otro o experiencias vividas, expresar cariño, confrontar lo que no nos agrada, poner límites, escoger la distancia afectiva adecuada si es necesario con algún familiar o amigo, o empatizar con el “otro”, preguntándonos qué necesita, qué siente, aunque no sepa comunicarlo ni a sí mismo/a. Que en estas Fiestas podamos intercambiar regalos como expresiones de afecto, reconocimiento con pequeños gestos que serán seguramente mucho más valiosos que algo solo material.

Artículo publicado en la edición Nº 637 de la revista Ciudad Nueva.

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