Catedrales de fraternidad

Catedrales de fraternidad

El sábado por la mañana un nuevo sismo dejó sin vivienda a unos cien mil italianos. No hubo muertes, pero grandes daños al patrimonio artístico.

El centro de Italia volvió a temblar. Esta vez, a Dios gracias, no se lamentaron muertes, lo que es una buena noticia. Hubo algunos heridos y unas 100 mil personas están durmiendo fuera de sus casas afectadas por el sismo con daños de diferente entidad. Hay mucho temor y mucha incertidumbre. Quien lo pierde todo, acaso el fruto del trabajo de toda una vida, se siente azorado.  ¿Dónde ir a vivir, cómo? Se comprende la angustia y la incertidumbre.

El episodio mueve a algunas reflexiones. La primera es sobre los procesos mediáticos. Catástrofes mucho más tremendas, con cientos de muertos no siempre llegan a las portadas de los medios de comunicación por acontecer en países que no son centrales. Eso no debería ocurrir, no más en un mundo achicado por la globalización.

Una segunda reflexión tiene que ver con algo paradójico. Hace unos días, unos centenares de habitantes de un pueblo del norte de Italia bloquearon una ruta para impedir la llegada de un grupo de refugiados. Por cierto, no son el ejemplo de lo que piensan los italianos en general aunque el debate sobre abrirse o no a más refugiados y migrantes está presente, alimentado por sectores egoístas que usan este discurso para su miopía política, adicta al corto plazo.

Sin embargo, no deja de ser cierto que hoy cien mil italianos se han transformados en una suerte de refugiados en su propia patria: muchos han perdido sus pertenencias y hasta su propio trabajo. Han quedado en una vulnerabilidad extrema y por cierto eso conmueve.

Es la misma situación de miles de refugiados que hoy golpean a las puertas del país itálico, los que se aventuraron a dejar su país para evitar ser víctimas de la guerra, de la violencia, el hambre y la miseria. Este destino compartido debería mover a comprender las razones de quien migra de un país a otro. Detrás siempre hay historias parecidas a las que podrían contar hoy los italianos afectados por el sismo. Las tragedias deben movernos a ser más solidarios, a encontrarnos en este estado de vulnerabilidad y precariedad en el que todos, en realidad, vivimos.

Una última reflexión tiene que ver con la imagen que simboliza este terremoto: el derrumbe de la catedral de Nursia (Norcia en italiano), la cuna de san Benito. Es ésta una figura emblemática de la Iglesia y de la cultura europea. Su lema “ora y trabaja” ha sido clave para superar la dicotomía entre lo material y lo espiritual, entre los inmanente y lo trascendente. Para Benito orar y trabajar tenían el mismo valor, eran las herramientas para construir el Reino de Dios sobre la tierra. El trabajo no era una condena, orar no era un asunto de los cléricos, el futuro se construye mezclando con el amor la tierra y el cielo. Sobre esta base se han construido los cimientos de gran parte de la cultura occidental.

Aunque duela ver el derrumbe de esa hermosa catedral medioeval, acaso Benito nos recuerda que las raíces de nuestra civilización están en el espíritu solidario y fraterno que nos hacen encontrar como hermanos y no en los bienes materiales, aunque tengan gran valor espiritual. Ojalá podamos edificar “catedrales de fraternidad” unidos ante la precariedad de nuestra condición humana.

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