Representa el gran desafío para las sociedades de hoy. La experiencia profética de Chiara Lubich sigue siendo actual, impulsando un diálogo capaz de promover una convivencia intercultural planetaria.
Si queremos y buscamos aventura, de esa que eleva la adrenalina y activa todo nuestro ser, podemos encontrarla en algo distinto al deporte extremo o el adentrarse en lugares deshabitados del planeta. Basta salir a la calle o encender el celular, y optar por dialogar en medio de nuestras salvajes, contradictorias, polarizadas y conflictivas sociedades. Dialogar es una elección para valientes y sanos idealistas. Si te animás, aquí compartimos un equipaje para sumarte a la aventura del diálogo y llegar a buen puerto.
Algunas claves para dialogar
Dialogar no es solo conversar amablemente entre dos o más personas, sin dominación de uno sobre otro y bajo una escucha y comprensión recíproca. También la discusión puede ser un diálogo: confrontar ideas examinando un asunto con argumentaciones sólidas y amplias. Eso sí, un diálogo que quiera promover la fraternidad universal, sea conversación o discusión, tiene que darse dentro de un marco colaborativo y no competitivo. La actitud colaborativa es la que busca el entendimiento a favor de un bien mayor y donde ganan todos, mientras que la competitividad se da bajo la lógica de la lucha donde habrá ganadores y perdedores. El objetivo de un diálogo colaborativo es comprender el punto de vista del otro para poder conectar con sus pensamientos y emociones, mientras que la discusión o debate competitivo impulsa a expresarse uno mismo claramente y decir la propia opinión de manera irrebatible.
Entonces, dialogar es asumir una actitud colaborativa, sea como conversación o discusión: indagar y aprender juntos; compartir ideas, experiencias y sentimientos; integrar las distintas perspectivas; entender en profundidad las ideas de los demás; acoger y entender al otro. Solo con estas actitudes es posible activar esa conciencia de interdependencia planetaria que evidencia nuestro origen común y un futuro compartido.
Algunas predisposiciones pueden ayudar a desarrollar esa actitud colaborativa que es indispensable para una conversación en la cotidianidad o una verdadera discusión positiva.
Anhelo de verdad: interesarse con pasión y respeto por el “mundo” del otro, incluso si causa un rechazo inicial; interesarse por aquello que se desconoce de su “mundo”, sea a nivel intelectivo como experiencial, incluso tomando la iniciativa en el diálogo.
Atención plena: a) liberar la mente, despejando los juicios que surgen y ofreciendo el propio pensamiento con autenticidad; b) predisponer el espíritu, despejando prejuicios y favoreciendo el asombro ante lo desconocido; y c) favorecer que el cuerpo exprese apertura con gestos y posturas.
Empatía profunda: acoger la presencia del otro o los otros con todos nuestros sentidos activados y procurando colocarse en su situación, perspectiva y modo de vida. Mirar la realidad con sus “anteojos”.
Sana vulnerabilidad: mostrarse tal como se es, evitando máscaras y falsas apariencias, sin por ello ser ofensivo o descortés. Desde la vulnerabilidad el diálogo se hace más real y auténtico.
Escucha generativa: evitar interrumpir, no oír para afirmar lo que se sabe o para rebatir lo que se dice. Escuchar, no solo para aprender sino para dejarse sorprender por un saber superador que brota desde la auténtica comunión.
Comprensión auténtica: continuar y renovar el diálogo hasta estar cierto de haber comprendido lo compartido por el otro y haberse dejado comprender por el otro. Identificar puentes de entendimiento y vallas de incomprensión.
Por eso el diálogo no es un entretenimiento o hobby entre amigos o semejantes, sino que: a más diálogo, mayor conciencia y crecimiento de la fraternidad universal que genera más solidaridad y desarrollo humano integral en mis entornos, en la ciudad, el país y el mundo. Esto requiere que se dialogue con todas las personas sin exclusión e incluso con los demás seres vivos. Hermana luna, hermano sol, hermana-madre tierra, ya decía san Francisco.
Aportes de Chiara Lubich para dialogar
Chiara Lubich fue una maestra del diálogo, porque conversó y discutió con musulmanes dentro de una mezquita, con budistas en Tailandia y Japón, con hindúes en India, con judíos en Argentina y Estados Unidos, con personas sin afiliación religiosa en diversos países de Europa, con cristianos de diversas denominaciones en Alemania, Inglaterra y varias partes del mundo. ¿Dónde encontraba Chiara la motivación para aventurarse en estos exigentes y desafiantes diálogos? En la certeza de que en el amor siempre se puede encontrar algo en común, incluso con las personas más diferentes. Desde ese elemento común es posible gestar y promover una convivencia intercultural planetaria desde el respeto, valoración y acogida de la diversidad de creencias, culturas y opciones existenciales.
El valor e importancia del diálogo en Chiara brota desde su propia familia –padre socialista, madre católica y hermano comunista–, empieza a practicarlo en su trabajo –maestra de primaria en el campo–, se interioriza durante la Segunda Guerra Mundial –optar por la comunión y la unidad en medio del conflicto y la fragmentación–. Con los años, este núcleo dialogal echa raíces en la certeza que Dios la ama inmensamente y la envía a promover la unidad del género humano.
Con los años, al paso que crece el Movimiento surgido fruto de su opción radical de Dios en 1943, Chiara va haciendo del diálogo un estilo de vida que le permite: establecer puentes, identificar puntos en común, activar un intercambio de dones con cualquier ser humano, por más diversa y diferente sea su visión del mundo. Dialogar es el camino insustituible e innegable para despertar, alimentar y promover ese llamado a la unidad en la diversidad que experimentó junto con sus amigas, en los refugios antiaéreos durante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial.
En 1977 recibió el premio Templeton para el progreso de las religiones. Veinte años después, en una mezquita recordaba así este momento: “Se entreveían personas de varias religiones: hebreos, musulmanes, budistas, hindúes, etc. Pues bien, mientras hablaba tuve la impresión de que Dios, como un sol, envolvía a toda esa gente, dándome la certeza de su particular presencia entre nosotros. Comprendí que teníamos que tomar contacto con todos, como si Dios lo quisiera así. Y a partir de ese momento empezaron nuestros diálogos de amor, de vida y de oración” (Discurso en la mezquita de Harlem, Nueva York, 18 mayo 1997).
El diálogo desde la vida y para la vida –para generar espacios de vida desde el encuentro de la diversidad– se irá ensanchando como círculos concéntricos que establecen relaciones de reciprocidad con grupos más grandes y diversos: ricos y pobres en su Trento natal; familias religiosas fruto de los carismas; iglesias cristianas; maestros espirituales de grandes religiones, personas sin una referencia religiosa, etc. Con toda persona, si está abierta y predispuesta, es posible dialogar.
Para Chiara, el diálogo no es una técnica o un instrumento para coartar o convencer al otro a que adhiera a las convicciones de uno. “El diálogo supera con mucho a la tolerancia. Es otra cosa completamente distinta: es un enriquecimiento recíproco, es apreciarse, es un sentirse ya hermanos, es crear una fraternidad universal ya en esta tierra: convertirse ‘en hombre mundo’, que tienen dentro a los otros y han conseguido dar algo de lo propio” (Doctrina Espiritual, pp. 418-419).
Estamos ante un diálogo profético, que quiere cambiar el mundo desde la profunda experiencia espiritual de “tener dentro a los otros”. Desde esta experiencia, que rompe el individualismo para hacernos personas en mutua interpenetración, Chiara considera que se puede promover inclusión, justicia y encuentro. Por eso su diálogo no queda reducido al ámbito religioso, sino que se ejercita en ámbitos políticos hasta cotidianos, sin dejar de lado lo económico y cultural, pero con esa medida de la mutua interpenetración.
La clave para dialogar, en Chiara, se resumen en dos palabras: “hacerse uno”. Es hacer un vacío interior tan profundo que nos permite acoger en nuestro ser al otro tal como se nos presenta, hasta el punto de identificarnos con él. El desafío es inmenso y exigente, pero allí está el secreto para que se dé un auténtico encuentro. Para dialogar de este modo, dirá Chiara, “se trata de desplazar momentáneamente incluso lo más hermoso y lo más grande que poseemos: nuestra misma fe, nuestras mismas convicciones, para ser frente al otro ‘nada’, ‘nada de amor’. Así nos ponemos en la posición de aprender, porque realmente siempre se tiene que aprender” (Discurso en el Westminster Central Hall, Londres, 19 junio 2004). Chiara ha sido una innovadora en su época y por eso sigue siendo sumamente actual su visión del diálogo y su propuesta de actuarlo para promover una convivencia intercultural planetaria. Está en nosotros, ya encaminados con fuerza en el siglo XXI, saber acoger ese llamado al diálogo y sentirnos enviados a ejercitarlo desde la cotidianeidad del día a día a los espacios profesionales y socioculturales.
Artículo publicado en la edición Nº 625 de la revista Ciudad Nueva.