Alberto, el pelícano bombero

Alberto, el pelícano bombero

Cuento.

Había una vez, en África, una familia de pelícanos que vivía en la orilla de un gran lago. Todos los miembros de la familia eran pescadores. El abuelo pelícano era pescador, el papá pelícano era pescador, también Pablo, el hijo mayor, era pescador y, dentro de poco también Alberto, el más chico de la familia, sería pescador.

Todos sabían que no había mejores pescadores que los pelícanos. Planeaban a alta velocidad al filo del agua y, con su grueso pico, podían capturar hasta 100 peces de una vez. En la primavera y, con las primeras flores, llegó el momento para que Alberto aprendiera a pescar. Pero el pelícano no parecía muy convencido de querer seguir la tradición familiar. La pesca no le gustaba y no le parecía justo capturar a esos pececitos tan simpáticos. Además le gustaban mucho las frutas y las verduras. Su sueño era otro: ¡ser bombero! Ya desde que la abuela pelícano le contaba las historias antes de dormirse, le parecían fantásticas las de ese valeroso bombero que salvaba bosques y aldeas de las llamas. Así, una noche, mientras la familia estaba a la mesa para la cena, tomó coraje y explicó que al otro día iría a la escuela de bomberos. Cuando lo dijo, todos estallaron de la risa. El hermano mayor comentó: “¿Cómo se te ocurre semejante cosa? ¡Ningún pelícano jamás fue bombero!”. Alberto, sin desilusionarse, respondió: “Siempre hay una primera vez”. A esa sabia respuesta el papá pelícano respondió: “¡Nosotros tenemos alas para volar, no para sostener mangueras, y nuestro grueso pico está hecho para pescar, no para apagar el fuego!”. Todos trataron de convencerlo y al final Alberto aceptó de mala gana que su destino era ser pescador.

A la mañana siguiente el pelícano fue acompañado por un largo cortejo familiar a la zona del lago donde había más peces. El abuelo le explicó cómo capturar los peces, mientras que las tías lo alentaban con viejos modos de decir: “Ni siquiera garzas y cormoranes pescan como pelícanos”. Todo estaba listo para la larga jornada de pesca, menos Alberto, que pensaba en su sueño. La pesca no fue bien. Lo intentó, volvió a intentarlo, pero pescar no era lo suyo. Ni la sombra de pececitos en el pico, solo agua como para llenar una piscina.

Todos lo incitaban, pero Alberto no pegaba una. Estaba por volver a casa cuando vio que había fuego en el bosque. Los bomberos no lograban dominar las llamas. Alberto pensó que esa podía ser su gran oportunidad. Planeó veloz sobre el lago llenando su pico de agua. Con dificultad por el peso, pero con mucha determinación, se dirigió como un rayo hacia el incendio y, cuando estaba sobre las llamas, abrió el pico y cayó una cascada de agua. En un instante el incendio se había apagado. Los bomberos se maravillaron, aplaudieron y agradecieron el coraje del pelícano. También la familia de Alberto, asombrada, tuvo que creer. Cuando el pelícano fue nombrado bombero honorario y le entregaron una medalla por el valiente gesto, no les quedó más que aceptar la idea de que en la familia habría un bombero. Desde ese día Alberto vuela por el cielo celeste siempre dispuesto a apagar los incendios con su pico prodigioso, feliz de no haber renunciado al propio sueño.

Ilustración: Laura Giorgi 

Nota: Artículo publicado en la edición Nº 605 de la revista Ciudad Nueva.

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